Opinión

El llanto del médico (revisado)

Construimos hoy esta colaboración con retazos del pasado, a partir de notas escritas hace muchos años y de recuerdos todavía mucho más añejos. A ver a qué puerto llegamos. Sostiene Aloysius que António Lobo Antunes decidió abandonar el ejercicio de la Medicina tras ver morir a un niño de leucemia. Este persistente candidato portugués al Nobel de Literatura prefirió dedicarse a la escritura, a pesar de que para él los lectores somos como las prostitutas, porque amamos a los escritores para después abandonarlos. 

Aunque sólo sea por llevarle la contraria, retorno de vez en cuando a las obras de Lobo Antunes, pues yo también me convencí un día de mi incapacidad para la Pediatría, durante una rotación por una unidad hospitalaria de oncología infantil. Entre mis recuerdos, creo conservar todavía una foto en Sintra, risueño y firme bajo la placa que anuncia la calle del doctor Miguel Bombarda, el nombre del sanatorio psiquiátrico donde ejerció el entonces doctor Lobo Antunes.

Permanecer cierto tiempo hospitalizados, bien como enfermos o como acompañantes, nos permite poner en orden nuestros pensamientos, incluso plasmarlos sobre un papel o la pantalla de un ordenador, conocer las historias de los que han de convivir con el sufrimiento cotidiano, así como nosotros también lo hacemos con nuestros fantasmas particulares. 

Sumergidos en la vorágine de la tecnificación de la Medicina y el nacimiento de las super-especialidades, en su cara A el incremento constante de la esperanza de vida, en su cara B el riesgo de convertir a los pacientes en números, datos, porcentajes, la pugna contra la deshumanización de la asistencia sanitaria se convierte en un deber ético capital para todos aquellos que trabajamos con el dolor, la enfermedad y la dependencia ajena. 

Los expertos denominan cosificación a este particular proceso de deshumanización, donde lo subjetivo se convierte en objetivo, lo singular en seriado. Y aunque de las lágrimas del doctorLobo Antunes surgió un colosal literato, más amargas son las de aquellos prójimos que se encuentran privados de la salud.

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