Opinión

La muerte, fallo técnico

Sostiene Aloysius que la muerte, tal y como todavía es concebida en la actualidad, se debe a circunstancias que podríamos considerar fallos técnicos. En otras palabras, cuando la ciencia y la tecnología permitan subsanar dichos defectos, el fin de la vida podrá retrasarse notablemente y, quién sabe, algún día desaparecer completamente de nuestra existencia. Nuestra caducidad será un mito. No es el único que piensa así. Destacados investigadores vaticinan lo que será la medicina del futuro, una disciplina que podrá controlar muchas enfermedades para las que hoy no existe un tratamiento efectivo. 

“El término de la vida, aquí lo veis; el destino del alma, según obréis”. Esta es la leyenda grabada en piedra que recibe a los visitantes del cementerio de San Francisco en Ourense. Por su entrada principal desfilaron los ataúdes de aquellos vecinos derrotados por neumonías, tuberculosis, fiebres puerperales, difteria o tosferina, enfermedades mortales hasta el descubrimiento de las vacunas y los antibióticos, los avances técnicos que permitieron la superación de las otrora trágicas eventualidades. Otro tanto podemos decir respecto a los trasplantes. Pasean por nuestras calles varios prójimos con corazones, riñones e hígados trasplantados, plenos de vitalidad, disfrutando de auroras y crepúsculos que apenas unos años antes se antojaban episodios remotos de ciencia ficción. Una vez más, mucho hubieron de avanzar ciencia y tecnología para conseguir modernos quirófanos, eficientes profesionales expertos cirujanos y anestesistas, fármacos capaces de controlar la infección y el rechazo, en resumen, preciados adelantos para corregir los múltiples defectos con que la propia naturaleza nos ha dotado desde que existimos como especie.

Hace unos días le escuché contar al Doctor Fírvida, oncólogo de nuestro complejo hospitalario ourensano, la historia anónima de un joven moribundo que llegó a la puerta de urgencias en una silla de ruedas. Tal era su depauperado estado que la única solución que la medicina podía ofrecerle era la sedación paliativa. Gracias a los flamantes avances en la terapia molecular del cáncer de pulmón, apenas tres años más tarde, ese mismo paciente se mantiene libre de una enfermedad que apenas unos meses antes le hubiera supuesto una inevitable condena a la desaparición. Pero que nadie piense equipararnos, tras la lectura de estas líneas, con inconscientes adoradores de falsos becerros de oro. 

Mientras resignados aguardamos por la prosperidad científica que vendrá, lo cierto es que los humanos mayoritariamente continuamos muriéndonos por enfermedades relacionadas con malos hábitos sanitarios. Y es que la prevención de la enfermedad y la promoción de la salud continuarán siendo armas tan efectivas como la medicina tecnológica más sofisticada en la corrección de esos fallos técnicos que indefectiblemente nos llevan a la muerte.

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