Opinión

Nostalgia navideña

Cada año, cuando se aproximan estas fiestas, cierta nostalgia embarga al inconmensurable Aloysius. De las ramas de su árbol de Navidad apenas cuelgan ya felicitaciones navideñas. Desearnos lo mejor mediante estas tarjetas es una costumbre que poco a poco hemos ido perdiendo, rebasados de largo por los correos electrónicos y los mensajes de WhatsApp. Han ido desapareciendo de nuestras vidas como los videoclubs, la mayoría de los cines y las tiendas de discos. Quizás pronto les toque el turno también a las librerías, Dios no lo quiera, como vaticinan los más recalcitrantes cenizos. Para sobrevivir he visto algunos de estos locales reconvertidos en una mezcla de cafetería, biblioteca y local de copas. A ver en qué termina todo esto. 

Las compras on line y las grandes superficies han herido de muerte al pequeño comercio local, refugiado en las últimas cumbres de la especialización. Otro mundo de antaño que desafortunadamente va paulatinamente desapareciendo de nuestras desorientadas miradas. Sin embargo, existen objetos que quizás no echaremos tanto de menos, como los termómetros de mercurio o las bolsas de plástico. Siempre nos ha llamdo la atención cómo en las películas de Hollywood consiguen guardar tantas compras en una humilde bolsa de papel, el mismo material que otras más pequeñas donde los borrachos esconden las botellas, en las eternas películas de moteles y desilusiones. Quizás nos pongamos a repasar alguna de estas historias de perdedores por Navidades, aunque nuevamente finalicemos la jornada contemplando por enésima vez “¡Qué bello es vivir!” (Frank Capra, 1946), con el bueno de James Stewart y a su ángel de la guarda. 

Las que parecen imperecederas son las cenas navideñas. Sostiene Aloysius que este año tendremos de nuevo en España más cenas de empresa que empresas. Otros prefieren las reuniones con los viejos amigos, aunque siempre terminen contando las mismas historias. Y es que a base de detallarlas, reviven en nuestras memorias. No hay inconveniente en recordarlas una y otra vez, porque llegará un día en el que solamente quedará uno para rememorarlas. Y entonces el afortunado o afortunada se aburrirá mucho. Demasiado. 

Tampoco varía, por desgracia, la soledad en la que demasiados prójimos habrán de vivir estos entrañables momentos. Dicen los expertos que nos enfrentamos a una verdadera plaga de desamparo en el futuro. ¿Alguien conoce el remedio? Mientras reflexionamos sobre todas estas cosas, nos sacudimos la nostalgia deseando paz, salud y amor para todo el mundo. Hasta los combatientes de las trincheras fueron capaces de parar por un rato la guerra, el 24 de diciembre de 1914. Y a pesar de que suene a tópico, ¡Feliz Navidad!

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