Opinión

Palizas

El joven Niccolò Ciatti trabajaba de frutero en la muy hermosa ciudad de Florencia. Se desplazó hasta Lloret de Mar para pasar unas breves vacaciones y nunca más regresó a su hogar. Al salir de una discoteca tres individuos le dieron una tremenda paliza. Uno de ellos le propinó el golpe de gracia, una brutal patada en la cabeza que lo dejó inconsciente y moribundo. Un crimen más en este seco verano del 2017.

Andrés Martínez tuvo más suerte. Todavía padece amnesia y secuelas neurológicas. En su caso el agresor fue el supuesto portero de una discoteca en Murcia. Un salvaje puñetazo dejó a Andrés en coma durante un mes, 30 días en el limbo, en esa oscura y lábil frontera desde donde con suerte uno puede retornar a la luz de la vida, pero también deslizarse irreversiblemente hacia la muerte.

A la salida de un instituto en La Laguna, en Tenerife, un grupo de adolescentes jaleaban a una chica de 16 años mientras le daba una paliza a otra menor. Lo grabaron con las cámaras de su teléfonos móviles, para verter después las imágenes en los vertederos de las redes sociales. Casos similares se repitieron en Arrecife, Lanzarote y Palma de Mallorca. En esta ocasión una pequeña de 8 años fue pateada en el suelo por un grupo de 12 cobardes con edades comprendidas entre los 12 y los 14 años.

Más cerca de nosotros en el espacio, pero un poco más alejado en el tiempo, las hemerotecas recogen la feroz somanta que tres jóvenes le propinaron a otro en Ourense. Una vez acogotado, le robaron su dinero y su bicicleta. Golpes, patadas, puñetazos… incluso un botellazo que derribó a la víctima al suelo.

No es la primera vez que denunciamos este tipo de actos violentos como una auténtica enfermedad social. El ejercicio de la fuerza para someter a los semejantes no se ciñe únicamente a los conflictos bélicos, sino que poco a poco se ha venido infiltrando entre nosotros. La crueldad desmesurada ni siquiera parece despertar el más mínimo arrepentimiento. Algunos pensamos que nos encontramos ante conductas miméticas que aportan algún tipo de maligno regocijo a sus actores principales. ¿Cómo si no entender semejante ensañamiento?

Es un deber político y social buscar soluciones a esta lacra, que también provoca víctimas mortales, como los infartos, el cáncer y los accidentes de circulación. Nuevamente apelamos a la educación como eficaz medida preventiva. Violencia machista, acoso escolar, abuso del poder, intransigencia, racismo, conductas de riesgo, radicalización, enmascarada o no bajo pretextos económicos o religiosos. Sostiene Aloysius que añora a aquellos palizas de antaño, capaces de irte dando la murga desde los Salesianos hasta el Jardín del Posío. Ida y vuelta. Por lo menos.

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