Opinión

Perder el sentido

Tiene Aloysius un amigo andaluz que cuando quiere ensalzar la virtud de alguna cosa, siempre emplea una coletilla suya sobre “perder el sentío”: el sabor de una comida, el olor de unas flores, la suavidad del tacto, el sonido de una guitarra, o un atardecer con el sol escondiéndose para dibujar la silueta de la Alhambra. En cierta manera, no deja de resultar contradictorio, pues perder el sentido realmente indica la privación total o parcial de uno o varios de ellos. De ahí que perder el gusto nada tendría que ver con lo deliciosa que es una comida, perder el olfato nos privaría de captar el aroma (y el hedor de las cosas), perder el tacto podría traer consecuencias desastrosas para nuestras manos, si tocásemos por ejemplo algo muy caliente sin advertirlo, perder el oido nos privaría de escuchar el sonido (y también el mundanal ruido) y perder la vista…, yo creo que perder la vista sería lo más duro de todo. 

Y en esas elucubraciones se nos fue la otra tarde, mientras ambos contemplábamos el curso tranquilo del Miño desde el Puente Romano de Ourense. Alguna vez nos hemos referido a las técnicas de edición genética, más concretamente a la CRISPR, una especie de recorta y pega que nos permite modificar y reparar los genes defectuosos de algunas enfermedades. Como por ejemplo la amaurosis congénita de Leber, que afecta a la retina, y que provoca que las personas afectadas padezcan una discapacidad visual grave desde su nacimiento. 

Y es que un equipo de oftalmólogos estadounidenses dirigidos por el prestigioso Dr. Eric Pierce, profesor de oftalmología de Harvard y del instituto de genómica ocular del hospital Eye & Ear de Massachussetts, han conseguido modificar un virus mediante la edición genética CRISPR. A continuación inyectaron diferentes dosis de estos virus modificados en la retina de 7 pacientes con amaurosis congénita de Leber. Al infectar las células retinianas, el virus editado modificó la carga genética de las mismas, restaurando la visión de estos invidentes. Pero el milagro bíblico de hacer ver a los ciegos no solamente se limita al campo de la edición genética. Otros equipos de investigación han avanzado en líneas experimentales que van desde una prótesis de retina fotovoltaica hasta incluso la estimulación visual mediante ondas de ultrasonidos. Nuestras retinas son verdaderas obras de arte de ingeniería natural. 

Pero, con el paso del tiempo, algunas enfermedades como la retinitis pigmentaria o la degeneración macular pueden ocasionar la perdida de la visión y la ceguera, siendo todavía muy difíciles de tratar. Las prótesis son un conjunto de avanzados electrodos que se implantan sobre la retina dañada, capaces de estimular las neuronas que comunican el ojo con la corteza cerebral visual. De esta manera, los receptores para la luz dañados son reemplazados por unos finos electrodos capaces de proporcionar una visión artificial. Cámaras especiales montadas en unas gafas se encargan de recoger las imágenes que veríamos con nuestros ojos normales, para convertirlas en señales eléctricas mediante un procesador y enviarlas a los electrodos. Lo maravilloso de estas investigaciones es que permitirán recuperarse tanto a los que nunca pudieron contemplar un atardecer sobre la Alhambra, como a aquellos otros que sólo lo conservan entre sus recuerdos, al haber ido perdiendo la visión a lo largo de sus vidas.

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