Opinión

Vacunas y geopolítica

Económicamente, la historia de la humanidad se desarrollado a partir de determinados decisivos patrones: las naciones que disponían de ellos, han sido siempre poderosas. De las otras, por desgracia, conocemos demasiadas tristes historias. El imperio español se construyó sobre el oro y la plata del Nuevo Mundo, riquezas que durante varios siglos financiaron costosas guerras en el tablero del Viejo Mundo. 

Más cercana a nuestros días, la crisis del petróleo provocó una conmoción planetaria que convirtió en nuevos ricos a países que siglos atrás ni siquiera existían como tales. El dólar, la moneda de los todopoderosos Estados Unidos de Norteamérica, cedió paso ante los petrodólares brotados a borbotones de los pozos petrolíferos de Oriente Medio. Recientemente, las minas de diamantes y coltán han hecho correr ríos de sangre en el continente africano. 

Y cuando los especuladores se encontraban más concentrados con las nacientes criptomonedas, un coronavirus llamado SARS-CoV-2, capaz de provocar una pandemia desconocida hasta el momento, dio el pistoletazo de salida a la carrera científica más veloz de la historia para conseguir un medicamento, en este caso una vacuna, capaz de neutralizar la diseminación de la covid-19. Y como ocurrió en el pasado siglo XX y sus dos terribles guerras mundiales, las naciones que compiten por la hegemonía en este campo son los Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña y la Unión Europea. Al oro, la plata, el petróleo, los diamantes, el coltán o los criptomonedas le suceden ahora las vacunas, que moverán miles de millones en recursos para inmunizar, en primer lugar, a los prójimos más afortunados de los países ricos y desarrollados. El interés de las grandes multinacionales farmacéuticas va en ello: no hay mal que por bien no venga. Y detrás de tan poderosas corporaciones van los países que han invertido ingentes recursos públicos para apoyar estas investigaciones. 

La vacuna rusa Sputnik, mirada todavía con recelo por las autoridades sanitarias estadounidenses y europeas, se va abriendo paso más allá de sus fronteras, distribuyéndose en países europeos como Hungría y Serbia. Tampoco parecen una coincidencia los problemas desencadenados por la distribución de la vacuna de Oxford-AstraZeneca, flamante orgullo británico, en una Unión Europea que desde el brexit ya no cuenta con Gran Bretaña como socio. 

Curiosamente, aunque los datos científicos oficiales no parecen corroborarlo, los medios de comunicación llevan semanas alertando sobre los posibles efectos secundarios de esta vacuna, que tampoco se administra a los mayores de 55 años, por reacciones febriles agudas, y por varios casos de trombosis en 30 de cinco millones de vacunados. Las fichas continúan moviéndose, en el tablero geopolítico. Y los más desfavorecidos, como siempre, tienen las de perder.

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