Opinión

Vida

  

Cada año, con la arribada de la primavera, asistimos asombrados a un espectáculo sin igual: el despliegue de la vida, así, con mayúsculas, para resaltar todavía más si cabe la trascendencia del concepto. Hace unas semanas, los medios de comunicación nos alertaban sobre la drástica reducción de los gorriones comunes (Passer domesticus) en nuestro entorno.

Triste dato, teniendo en cuenta que estos bulliciosos pajaritos constituyen una de las especies más extendidas en este planeta, con una exitosa adaptación evolutiva. Para sobrevivir, el pardal o pardao, como he escuchado nombrar en alguna aldea ourensana, depende directamente de los humanos.

Por eso los especialistas hablan de ellos como una especie comensal. Si nosotros desaparecemos, los gorriones también lo harán. Pero además habrán de extinguirse debido a los daños colaterales provocados por la agricultura intensiva y el empleo de productos químicos y pesticidas en los campos.

Todos los días paso por delante de una gran pared rocosa en la que estos cavernícolas duendecillos alados establecen sus nidos, aprovechando las grietas del muro,  transformándolo involuntariamente con sus trinos en una feliz y sencilla sinfonía de vida. Por un momento, me imagino a sus frágiles crías aleteando con torpeza intentando finalizar exitosos su primer vuelo, y recuerdo aquel hospital de pájaros que las niñas habían montado en la casa de Las Mercedes queriendo recuperar, casi siempre en vano, a aquellas diminutas aves desvalidas o heridas. Larga vida a los gorriones.

Hablando de otro ejemplo de vida, ayer mismo contemplaba un vídeo protagonizado por Carlos Matallanas, su familia y su juguetona perra. Futbolista semiprofesional y periodista especializado en información deportiva, se encargó mientras pudo de la página de Deportes de El Confidencial. En 2013, a Carlos le diagnosticaron ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica) e inició un blog para relatar con gran valentía lo qué ha ido ocurriendo en su vida desde entonces. Y me acordé de aquella bitácora que me permitió conocer a Raúl Miranda (y por supuesto a su inseparable Nuria), y cómo gente tan joven, en lo mejor de sus vidas, enfrenta con tamaña serenidad esta durísima enfermedad neurodegenerativa, todavía a la procura de una curación o de un alivio.

Como Raúl, como Carlos, como tanto otros tan cercanos que poco a poco en silencio nos han ido abandonando, como Marcos Valcarcel y Rubén García, como mi tío Argimiro, Alberto Rodicio o Tomás que permanecen vivos en nuestro recuerdo, mientras que éste, al igual que los gorriones, vaya desapareciendo cuando también nosotros lo hagamos, convirtiéndonos en simples etéreas evocaciones.

La vida toma la forma de las abejas, tan ligadas a nosotros y además especie en peligro, por culpa de los incendios, los pesticidas, los parásitos y las especies asesinas (como las avispas velutinas). Con la extinción de las abejas, la alimentación mundial se resentiría profundamente, sobre todo para los más desfavorecidos. Tal es la importancia de estos insectos polinizadores. En su día nos alertó Albert Einstein: si las abejas desaparecieran, a la humanidad le quedarían 4 años de vida. Y a los gorriones mucho menos, pues así de maravillosa y sobrecogedora es la cadena de la vida.

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