Opinión

Matrícula de honor

En la saga de Indiana Jones, cada película retrata al intrépido arqueólogo en busca de un objeto místico. Es un recurso típico, particularmente, en obras del género fantástico, donde un elemento con gran poder mágico impulsa el guion, bajo la necesidad de que el héroe o heroína lo encuentre y lo use para el bien, antes de que su némesis pueda utilizarlo para el mal. También en Harry Potter, sin ir más lejos.

Es lo que se conoce como “dispositivo de trama”, una técnica narrativa que hace avanzar el argumento, pudiendo estar mal elaborado, en cuyo caso confunde o incluso molesta a quien recibe la información; pero que, bien diseñado, no solo se acepta o pasa desapercibido, sino que llega a provocar lo que se conoce como “suspensión de incredulidad”, estudiada desde Aristóteles, aunque la expresión es de Coleridge, en 1817.

La suspensión de incredulidad evita el pensamiento crítico o la mera lógica de la persona que examina algo que es irreal o imposible per se, disponiéndola a creerlo por puro placer; existiendo una amplia variedad de dispositivos de trama que pueden utilizarse para conseguirla. Entre ellos, se encuentra la conocida como “profecía autocumplida”, desde que Merton la bautizara así, partiendo del denominado teorema de Thomas.

Según estos autores, si las personas definen una situación como real -lo sea o no-, sus consecuencias también lo serán, para bien o para mal. Por eso es tan difícil intentar sustraerse al embrujo de ciertas creencias colectivas, puesto que, carezca o no de base real la situación creada, sus consecuencias pueden acontecer incluso con independencia de esa realidad, al subordinarse en esencia a la conducta grupal.

El núcleo de la profecía autocumplida es la apariencia, la falsa creencia sobre algo o alguien, que sustituye a la realidad, de modo que se trata el asunto o individuo para que encaje con esa convicción y tenga como resultado afectar a la conducta de las personas, que acaban confirmando dicha apariencia. Su éxito depende, por tanto, de la habilidad con que se diseñe el dispositivo de trama que da pie a la profecía y origina la suspensión de incredulidad.

El historiador griego clásico Tucídides, analizando el escenario de la guerra del Peloponeso (s. V a.C.), escribió que “fue el surgimiento de Atenas y el miedo que esto infundió en Esparta lo que provocó que la guerra fuera inevitable”; de donde partió el politólogo Graham Allison para su célebre artículo de 2012 en el Financial Times “La Trampa de Tucídides”, al hilo del surgimiento de China como potencia mundial, rivalizando con los Estados Unidos.

En ese trabajo, se puso de manifiesto que, al emerger un nuevo poder rápidamente, el statu quo se perturba de tal modo que la tensión estructural resultante provoca, por regla general, un choque violento; situación extrapolable a entornos no tan complejos como el de las relaciones internacionales, no por ello menos explosivos. Hasta ese punto pueden llegar las sociedades que sucumben al sortilegio de una profecía autocumplida.

Hechizada por hábiles Indianas y algún que otro Harry, todos en busca de un mágico bastón de mando, en unos meses, la ciudadanía ourensana suspenderá la incredulidad, dispuesta a creer lo que sea, aunque no por puro placer. Matrícula de honor en credulidad. Solo resta saber cuál de las profecías que cada cuatro años anuncian todas las campañas electorales llegará a autocumplirse. Al lado del choque previsto, palidece la guerra del Peloponeso.

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