Opinión

A todo hay quien gane

Apenas el país vivía tranquilo en el convencimiento de que nadie podía superar en incompetencia al nefasto Zapatero, viene Sánchez y lo demuelen de la a a la z, Susanita por la derecha y Alfonso Guerra más a la izquierda, después de que al iluminado doctor Falcón -del que al final nadie sabe si va o viene-, se embarulló en hacer política social bajo su peculiar sello de “made in su casa”, pasmando a quien los viere con unos presupuestos que, además de sacarle el hipo hasta a quien no entiende de dineros y sus manejos, soslaya la brutal subida de impuestos para acabar por subirse el sueldo.

E incluyendo el eslogan “ánimo, Begoña, que vamos a hacer 30 idílicos viajes más a cuenta de estos pardillos que son los españoles”, le enciende una vela a Dios y otra al diablo, o a Torra, que en el retablo de la Sagrada Familia queda, por liante y cizañero, más que retratado a los pies de san Miguel. 

A la troupe de su compañía ambulante -cubriendo de Barcelona a Madrid el trecho que separa a la ceca de la meca-, a mitad de camino se junta con el director de pista, su amigo Pablo Iglesias, que arropado por su harén feminazi no dicen ni mu sobre la moza de 18 años que le clavó la navaja a su novio por romperle el móvil, concluyendo que, lejos de un acto de violencia de género, se queda en tentativa de homicidio. 

Tal es la equidistancia entre la igualdad pretendida y el agravio, dejando manifiesto que para lograrla, las mujeres nunca han necesitado ser hombres ni precisan de su consentimiento. Por eso los hombres no son mujeres, ni ellas varones. Que se lo digan si no a Marie Curie, Emilia Pardo Bazán o a Rosalía de Castro, que a su condición femenina sumaba dos de las peores y más limitadores estigmas sociales y morales de su época: ser expósita e hija de clérigo. Ninguna de esas trabas fue cortapisa para condicionar su éxito, al ser mujeres dotadas de integridad, coraje y convicción para luchar por sus metas en lugar de empeñar sus esfuerzos en marear la perdiz.

Pero, volviendo al asunto y la enjundia, si Trump ya tenía a todos asombrados con sus rabietas y salidas de tono, además del terco capricho de su muro para convertir a los EEUU en un gueto donde los indios -los primeros americanos auténticos-, se ríen de su nunca mejor dicho rancio abolengo americano, tan próximo al de Colón, ya había saltado a la palestra Nicolás Maduro dejando al respetable con un pasmo por su habilidad para hablar la lengua de las aves, calidad esencial de la que no todos gozan y que consiste en un lenguaje universal y antediluviano por el que todo se le hace cognoscible, excepto arreglar la situación de Venezuela y su economía.

Luego de asombrar al orbe con sus habilidades de nigromante, anunciando al universo el contenido de la transcendental conversación mantenida con Chávez, utilizando como medium a un pajarito, el presidente okupa de la República Bolivariana deja al mundo con la boca abierta al anunciar la posesión de una máquina del tiempo, que lo ha convertido en la envidia de todo estadista que se precie. Ahí mismito, en el palacio de Miraflores, palidece el Delorean DMC-12 con el que el doctor Emmett Lathrop Brown -alias Doc-, desafiaba al tiempo gracias al potente chispazo de un rayo, capturado en mitad de la tormenta, al más puro estilo del doctor Frankenstein.

Igual descarga debió recibir Maduro en la sesera para afirmar en un vídeo -documento que para su vergüenza se conservará para la posteridad-, que no claudicará, en sus propias palabras, “No podrá un puñado de inmaduros improvisadores dañar la vida republicana de Venezuela”, luego de anunciar a bombo y platillo que “yo ya fui al futuro y volví, y vi que todo sale bien” para Venezuela. Visto lo visto sólo hay una conclusión. La apuntó el filósofo chino Confucio hace ya 2.500 años, porque a lo que se ve, la historia siempre se repite: si un pájaro te dice que estás loco, debes estarlo, los pájaros no hablan.

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