Opinión

Bandazos

Quien esté esperando a ver cómo graban en Nanclares de Oca el próximo episodio de “Cuéntame cómo pasó”, va a ver frustradas sus esperanzas. Y dos son los motivos: el primero, porque es poco probable que condenen a Imanol Arias y Ana Duato a pena alguna de cárcel por un delito fiscal. El segundo porque, en este País de las Maravillas, es tradición que el Gobierno no dé pie con bola.

Siguiendo la tradición iniciada con Lola Flores, a la que escarmentaron para ejemplo del respetable, y continuando con el elenco de futbolistas dedicados a evadir impuestos con la ayuda de compañías más o menos opacas. Cristiano Ronaldo, Messi, Neymar, Mascherano, Eto'o, Adriano... cuyas carreras delictivas se saldaron con una sanción económica y a trotar libremente por la calle, porque en España sólo ingresan en el trullo los rateros, no por delinquir, sino por robar tan poco que no  rinde el reparto.

Estos antecedentes en materia fiscal  han puesto a huevo la defensa de  ambos protagonistas de la famosa serie televisiva, y es que no hace falta ser letrado para caer en la cuenta del agravio comparativo entre las peticiones de cárcel que distan entre los futbolistas y los actores. Más aún: si ni siquiera para Urdangarin llegaron a solicitar penas tan dilatadas, pese a que el pufo fue mucho más sonado. 

De ahí que el caldero para Arias y Duato se pone cuesta arriba, más aún a la luz del trasiego con el coronavirus, que puede salirles aliado. El motivo es la peregrina gestión de la crisis sanitaria por parte del Gobierno. La cosa ya no es que se pongan de acuerdo y diseñen una estrategia para mostrar un mensaje unívoco a la sociedad, en un Ejecutivo en el que cada ministerio va por su cuenta. Tan siquiera que como gestores de la cosa pública, cabria esperar de todo político las cualidades que el  filósofo escocés MacIntyre atribuía al ciudadano virtuoso: moderación, prudencia, justicia y sabiduría. No, lo de verdad sorprendente es el dispar abanico de medidas para controlar la epidemia.

Primero ponen de los higadillos a la ciudadanía con acciones contradictorias como aislar en cuarentena a los huéspedes de un hotel -exponiéndolos entre sí al consecuente contagio-, permitiendo en tanto al personal del establecimiento deambular de la Ceca a la Meca, convirtiéndolos en propagadores potenciales del microorganismo. 

Cuando el virus al fin alcanzó una residencia de ancianos hubo cambio de tercio y, tras cobrarse a   los primeros nonagenarios y haber estado los demás expuestos al contagio, decidieron mandar a los supervivientes a sus casas en desbandada, trasmutados en vehículos virtuales del patógeno. Eso sí, dejando bien alto el pabellón de los centros de día, al exhortar el mayor número de bajas en sus instalaciones. Porque si grave es ya de por sí la posibilidad de perder un considerable censo de clientes, peor aún sería que la palmaran dentro del negocio, que eso da muy mala prensa. 

Así las cosas, la delegada del Gobierno en la Rioja salta a los medios so advertencia a propios y extraños de que, ante la eventualidad de ser confinado, quien no respete la cuarentena puede ser objeto de sanciones administrativas. Con la amenaza aún latente, llega el puñetero virus a un establecimiento penitenciario, con lo que surge la duda de que, o bien los reclusos prefieran pagar la sanción y salir a la calle, o bien Instituciones Penitenciarias opte por mandarlos a sus casas para controlar el brote.

De modo que no, que el próximo episodio de la serie no será en el talego. Arias y Duato pagarán multa y atrasos a la Agencia Tributaria y cada mochuelo a su olivo, porque en este país de pandereta  cuartos y muertos se administran igual. La última nota que pudiera provocar una estampida asomó en Zarzuela, aunque ahí al final, el coronavirus, sólo les saque el sueño a algún republicano.

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