Opinión

Contrademocracia

El próximo día 17 de enero se dirimirá en Cataluña bastantes más cosas que la identidad de quien ostente a partir de ahí la presidencia de la Generalidad, después de un irregular proceso de secesión y una no menos atropellada respuesta por parte del Gobierno Central. Porque si bien es cierto que, tras la toma de posesión en plena virulencia de la crisis económica, Rajoy demostró ser un perfecto subalterno a las órdenes de una Angela Merkel dictándole las líneas de política económica española, ante la crisis independentista se vio privado del parecer de la lideresa germana.

La consecuencia es que, ante la evidencia de que acabaría aplicándose el artículo 155 y, lo que es más grave, viéndolas venir de lejos, en lugar de convocar a un consejo pluripartidista de juristas especializados en derecho constitucional que desarrollara la manera como debería implementarse la citada norma respetando escrupulosamente la Constitución, como viene siendo habitual en él, Rajoy   se sentó sin hacer nada esperando que todo se arreglara solo.

Aferrándose a la amenaza del varapalo se limitó a aguardar la evolución del movimiento secesionista liderado por Puigdemont, ignorando el respaldo social del que disfrutaba, demostrando una vez más su discutible visión de estado.

La consecuencia es que le sirvió en bandeja a Puigdemont unas elecciones pseudoplebiscitarias con un resultado más allá del resultado, sorprendente por la alta participación, alcanzando casi un 90% del censo, cifra que no sólo supera con creces cualquier otra convocatoria en toda la historia de la democracia sino que es además determinante en política para establecer que, si se produce alguna mayoría absoluta, el dictamen es indiscutible: los catalanes —esta vez sin que nadie pueda alegar la mínima ilegalidad— se han manifestado a favor del independentismo.

No hace falta ser un lince para comprender un resultado en el que la suma de las partes supera al todo. A Albiol —acomodado a la derecha de Jesucristo, a su vez sentado a la diestra de Dios Padre—, le pasó factura un discurso cargado de tópicos, exabruptos, y el cesto de la colada de su mujer. La intervención de Felipe VI que, en lugar de abrir los brazos a los catalanes como rey de todos los españoles, se alineó con la diatriba del Ejecutivo obviando que con excepción de don Juan —Conde de Barcelona—, por motivos político-sentimentales, los borbones nunca despertaron simpatías en Cataluña desde la Guerra de Sucesión, sin olvidar la poco recomendable entrada en política, acontecimiento que a Alfonso XIII le costó la corona. A esto se añaden otros factores esenciales. La inoportuna letanía triunfalista de Soraya Sáenz de Santamaría alardeando del presidio para los exconsellers, dejando en taparrabos la política patria, sugiriendo que desde Moncloa se había mancillado la separación de poderes. La más que anómala situación de la campaña electoral catalana, donde el Gobierno Central conculcó la Constitución al impedir el libre ejercicio de sufragio pasivo a Oriol Junqueras y al resto de candidatos encarcelados, sin haber sido juzgados ni mediar sentencia en firme, viciando la pureza del sistema y de la Ley electoral con unas medidas que sólo van a servir para darle fuelle al Gobern resultante ante el Alto Tribunal.

A partir de aquí, el siguiente capítulo de un culebrón cuyo guión fue desde un principio improvisado, escribiendo el esperpento con letras de oro en la historia  nacional. ¿Impedirá Madrid que se cumpla la voluntad popular, libre y legalmente expresada en las urnas al votar como candidato para presidente a Puigdemont? Rajoy nunca debería haber disuelto el Parlamento catalán ni convocado elecciones. Su error fue querer enjuiciar a varios partidos políticos para aprovechar la ventaja, en lugar de denunciar individualmente a quienes presuntamente hubieran violado la ley, y ahora que el resultado le estalló en las narices, sigue sin haber buscado una solución a la situación creada por la aplicación del 155, dándole todos los argumentos legales a Barcelona para endosar la deuda de 70.000 millones de euros al resto del país y molerlo en el Tribunal Constitucional.  Ese es el saldo que nos espera como no espabile. ¡Marianico, despierta, que nos tienes siempre en ascuas!

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