Opinión

Desigualdad

Al ojo sagaz no le pasa desapercibida la realidad subyacente de los segmentos a los que va dirigido el resultado de los trabajos de los centros de estudios e investigación popular, tan frecuentes en América Latina. Ente los maestros y profesores, estudiantes, investigadores y educadores comunitarios, en concreto los responsables de educación popular, lo más llamativo es que se incluyan ente sus destinatarios a los sindicalistas, obviamente por el polarizado papel que representan frente a sus homónimos europeos. De este modo se convierten en agentes propagadores del conocimiento, capaces de abogar por la mejora de las capas sociales más oprimidas, en particular la población indígena.

El poder es consustancial a la sociedad. Estimula la acción, base esencial de la propia existencia de la sociedad, sin el que no existiría. Dejando al margen si éste actúa de manera coercitiva, autoritaria o persuasiva, o que nadie posee el poder sino los medios para ejercerlo, le existencia del poder supone intrínsecamente la desigualdad, porque se fundamenta en la posesión de un capital económico o cultural, además de una actualización permanente de esos capitales para poder ostentarlo. La cuestión de fondo no es pues si e una sociedad existe o no desigualdades, hecho inherente a su propia existencia, sino la dimensión de esas diferencias.

Esta realidad -conocida por sociólogos y politólogos como arma arrojadiza eternamente utilizada para desbancar a cualquier gobierno-, ha alcanzado el grado de abuso desde la Gran Recesión de 2008, como mecanismo de acceso a la cúspide del Estado, con el triste resultado de provocar un permanente enfrentamiento entre ciudadanos a raíz de una errónea propagación del cociente de pobreza/riqueza nunca claramente definido. Resulta obvio que las comunidades indígenas iberoamericanas padecen un nivel de pobreza económica en relación al patrón occidental, pero no necesariamente a la vista de su valoración cultural., estimación que se hace extensiva a nuestro contexto.

Esa hostilidad alentada por políticos irresponsables es la causa del enfrentamiento actual en el agro extremeño, donde una engañosa evaluación de la producción genera tensiones entre el pago que reciben los productores, frente al precio que abona el usuario, obviando que el montante final es el coste del recorrido desde el campo hasta que el fruto se pone en la mesa del consumidor, desarrollando todas las facetas que el agricultor no asume: ensilado, transporte, distribución y venta al detalle, más los impuestos en cascada que se suman exponencialmente en cada una de esas actividades. La polémica, no obstante, se justifica en la diferencia que, obviando los precios alcanza a la divergencia de capa social, mientras la protesta -por no decir revuelta-, se gestó en la campaña política orquestada bajo el principio identitario y de pertenencia a la propia clase social. 

El problema es que, una vez satisfecha la ambición de aquellos pretendientes, una vez asaltado el Poder, se alinean con el modelo de sus antiguos rivales, en detrimento de aquellos en los que se sustentaron en su carrera. De modo que ahora, sus simpatizantes no entienden que Pablo Iglesias viva en un buen chalé o que Irene Montero justifique romperse las muñecas aplaudiendo al rey que apenas ayer despreciaba. 

El sustrato es que las sociedades no cambian sustancialmente en su devenir, habituadas a una estructura estática. El drama no reside en el Poder ni la desigualdad, sino que la desigualdad sea tan acusada que la propia sociedad colapse. La tragedia de quienes apoyaron a estos políticos para ser nuevos ricos, es el dilema identitario que ahora se les platea, ya que al desengaño se suma no tener con quien corresponderse. La otra cara de la moneda de la disparidad es la negativa del Gobierno central a satisfacer la deuda con las comunidades autónomas, mientras riega Cataluña con una lluvia incesante de millones, lo que siempre despierta aversiones y es causa de fractura del Estado. Porque en el fondo no hay nada que exacerbe más los problemas que la desigualdad económica.

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