Opinión

El esperpento

Desde pancartas con el lema “si quieres merendar cómeme el coño”, hasta un grupo de muchachas bajándose la ropa interior para airear el antifonario, o desfilando por la calle con eslóganes despectivos pintarrajeadas en los pechos -recordando al respetable el concepto exacto de la vacuna antilujuria-, pasando por un desfile donde los rojos banderines de un sindicato transitan al morado pese a no haber constancia de una mesa sectorial de amas de casa, o la tontería de la ministra Carmen Calvo que, recordando el pulso de las elecciones, llenó la boca con afirmaciones tan ridículas como que las derechas no saben dónde poner a las mujeres. Resulta para todos obvio que en igual sitio que la puso a ella su presidente, aunque no se haya enterado de la cantidad de  ministras, secretarias generales, presidentas autonómicas, alcaldesas y otros altos cargos de libre designación en la nómina de los partidos conservadores de este país.

En esta segunda convocatoria y, pese a la concurrencia, queda una vez más manifiesto el fracaso objetivo de la manifestación, no solo ya porque el antedicho esperpento -que recuerda al respetable el concepto exacto de la vacuna antilujuria-, desvirtúe la reivindicación, sino porque al final, algunos partidos han reducido hecho tan cotidiano como aspirar a la igualdad, a un simple episodio de un modelo trasnochado que intenta politizar todo lo que se ponga a tiro. Y todo ello por una verdad que pulula por lo bajo de todo este tinglado, que aleja a las mujeres de aspiraciones legítimas, para servirle en bandeja la tontería a los avariciosos que hacen trampas para tontos.

El porqué de esta valoración hay que buscarla en la demonización del hombre. Basta ver el atropello que supone la Ley Orgánica 1/2004 de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, que se pasó la presunción de inocencia del hombre por donde Caperucita lleva la cestita, violando de una sentada los artículos 14, el 24.2, y el 101 de  la Constitución Española, relativos a la igualdad, la presunción de inocencia y el derecho a la dignidad de la persona, respectivamente.

Pero al echar mano a los datos facilitados por el Ministerio del Interior, se destaca que España es el tercer país más seguro del mundo, donde apenas se han cometido 72 delitos consumados de homicidio doloso y asesinatos en 2018, aparte de 190 en grado de tentativa. 201 agresiones sexuales con penetración, y 2.348 delitos contra la libertad e indemnidad sexual, en su mayoría agresiones pedófilas  y redes de pornografía y explotación infantil. El matiz es muy importante porque las 47 mujeres asesinadas a manos de sus parejas o exparejas -que se incluyen las asesinadas tras  violación aunque no fueran parejas-, se concluye que 23.999.953 varones españoles no han asesinado a su pareja o expareja, ni en su mayoría tampoco las han agredido.
En cuanto a las desigualdades laborales, en España todas las mujeres pueden estudiar y aspirar al puesto que ambicionen por meritocracia. En la Administración se encuentran en condiciones de igualdad laboral. Si en el sector privado se diera ese delito contra los trabajadores, al empresario se le echarían encima los sindicatos. Por si las dudas, la Ley Orgánica 3/2007 para igualdad efectiva de mujeres y hombres, que plantea la definición legal de discriminación positiva en su artículo 11: con el fin de hacer efectivo el derecho constitucional de la igualdad, los Poderes Públicos adoptarán medidas específicas en favor de las mujeres para corregir situaciones patentes de desigualdad de hecho respecto de los hombres. Tales medidas, que serán aplicables en tanto subsistan dichas situaciones, habrán de ser razonables y proporcionadas en relación con el objetivo perseguido en cada caso. 
Quizá la reivindicación real es que dejen de malmeter los beneficiarios de asociaciones que, dejando de lado a la mujer cuando las necesita, sólo buscan seguir alimentando una confrontación que estimule a los políticos a continuar nutriendo sus nóminas. Esas minorías de vivos empeñados en erigirse  en la voz de todos, rápidos en insultar y tildar de fascista a quien no comulgue con ellos.

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