Opinión

El fruto del manzano

Por fuente anónima localizada en la norteafricana Cordillera del Atlas, la Arcadia griega del Peloponeso y, a raíz del nombre de su capital -Trípoli-, situada de igual modo por el vate Apolonio de Rodas en Libia; ubicada por el poeta griego Estesícoro y el geógrafo Estrabón igual en la ibérica Tartessos que en una isla al sur, cercana a la costa de Gades, la actual Cádiz, que Plinio el Viejo sitúa a unos cien pasos mirando hacia Hispania, hogar del gigante Gerión vencido por Hércules, dando a especular si se trata de la antigua Coruña donde se levanta la milenaria Torre, faro gallego declarado Patrimonio de la Humanidad, diferentes son los emplazamientos para el mítico huerto que la diosa Hera poseía, donde fue plantado por Gea -diosa de la Tierra en el panteón griego-, un singular manzano.

Obsequio de bodas de la divinidad terrestre a la legítima esposa de Zeus, cuya más destacable característica era que en el árbol medraban doradas frutas que conferían la inmortalidad a quien las comiera. 

Para preservar tan magno tesoro, la diosa Hera designó como guardianas de su Jardín a las Hespérides y, como no se fiaba de ellas, a Lodón, un dragón de cien cabezas, que se revelaron insuficientes para impedir a Hércules robarlas.

Como fuera, aquellas doradas manzanas otorgaban la inmortalidad, dicha vetada a la mayoría de los mortales, a excepción de aquellos escogidos por la fortuna. Ya el Destino se manifestó en la pila bautismal cuando al futuro genio lo crismaron con el nombre de Acisclo, cuyo significado en lengua latina es mazo de cantero. Y así fue como a Acisclo se le sumó el Manzano, con toda probabilidad el del Jardín de las Hespérides, para transitar a la perennidad.

Porque es para el hombre la inmortalidad posible merced a la memoria, ya que no perece aquel que es recordado. Tal será el caso de Acisclo, que por siempre será evocado por una obra que, a día de hoy, lo convierte en el escultor más grande de Galicia. No por haber disfrutado de sus piezas el Museo de Arte Contemporáneo de México, la Feria de Arte del Internationale Kunstmesse en Basilea, la Exposición Universal de Lisboa, The Mass Media Arts de Boston, ser el más joven que tuvo la oportunidad de codearse con la Generación Nós -de la que existe testimonio gráfico en la Casa de María Andrea-, o constituir, junto a Luis de Dios y Jaime Quesada el grupo de los años 60, bautizados  por Vicente Risco como "Os Artistiñas do Volter", por su nombramiento como miembro de la Real Academia Gallega de Bellas Artes Nuestra Señora del Rosario, ni por la reciente concesión de la Medalla de Oro de la provincia de Ourense. 

Trascendiendo todos esos méritos y reconocimientos, Acisclo alcanzó la mayor gracia de todas: ser profeta en su tierra. Así es que todo el país está salpicado de sus creaciones, en las que un profuso arte sacro adorna multitud de iglesias, las calles y plazas de su Ourense natal, o simbólicos espacios como el espectacular Cristo de San Pedro de Rocas.

Pero existe un valor añadido por el que su obra es admirada por propios y extraños, mimada por  instituciones y deseada por los coleccionistas, su lírica, porque esa fue siempre la gran aspiración del ourensano de pro, ser vate antes que escultor. 

Finalmente lo logró. El celebrado artista muestra una exposición abierta al público en el espacio expositivo del ayuntamiento de Xunqueira de Espadañedo, donde el escultor ha logrado doblegar la piedra, transformando las paredes del claustro del antiguo convento en las páginas de un poemario jalonado de iluminados versos intimistas, escritos en terracota. Eso es lo que lo sitúa como mejor escultor de Galicia: el poeta que transforma la materia en el fruto del manzano del Jardín de las Hespérides.

Te puede interesar