Opinión

El silencio de los corderos

Esa obcecación del Vicepresidente segundo por controlar los medios de comunicación -tanto da al estilo Jonh Wayne que a lo politburó-, va a terminar por costarle un disgusto a los ciudadanos, bajo quienes ya pesa la amenaza de todas las penas del infierno, so pretexto de los bulos, que vaya usted a saber cuáles son verdad o no y, lo que es peor, de qué boca salen. Desde el principio de la declaración del Estado de Alerta, Pablo Iglesias se ha obstinado en intervenir a los medios, pese a que por ley no se puedan suspender los derechos y garantías constitucionales, ni mucho menos conculcar la Constitución, por más que se empeñe en descontextualizar sus artículos.

¿Qué es lo que hace que la información sea tan importante para el Ministro de la Agenda 2030, que quiera censurarla, pretextando el coronavirus? Nada, absolutamente nada. Que la pandemia le vino como agua de mayo para intentar ser califa en lugar del califa. El COVID-19 es un agente biológico y se rige por las leyes de la ciencia. No le importan la especulación, el poder, el Congreso de los Diputados ni la madre que los fundió a todos. Su único interés es sobrevivir como huésped en cualquier organismo apto para ello.

¿Para qué controlar entonces a las cadenas de televisión, la radio, prensa, y ahora también las redes sociales, sobre todo estas últimas, donde le resulta más difícil convencer a nadie a golpe de subvenciones para que sean colaborativos, sumisos y complacientes? Porque el dominio sobre la información impide que propios y extraños averigüen en qué pesca anda el Consejo de Ministros, y la timba que a la chita callando pretende organizar en España. Para la duda consulte el Boletín Oficial del Estado, de un tiempo a esta parte mancillado hasta parecer más bien un Folletín Oficial.

Una estrategia orquestada desde la segunda línea de fuego consistente en atacar a la Corona, devaluar la economía o requisar empresas y propiedades para imponer una república popular, reduciendo al país al atraso del año 1931. Porque Iglesias es consciente del varapalo electoral que le metieron y de que su presencia en el Gobierno se debe a los vaivenes de la política, antes que al respaldo del más amplio porcentaje del electorado, que prefiere el modelo de Estado actual.

Pero lo bueno es que, después de haberse ganado a pulso el aborrecimiento de la mayoría del país, sale a la palestra, generalmente arropado por los medios gubernamentales -léase canales y agencias de información públicas, además de emisoras y rotativas untadas-, para entonar un mea culpa que no convence ni al Tato. Lejos de disculparse, con cara de corderito degollado abre el cajón de mierda y se lo vuelca a chorro y sin pudor a Sánchez en la cabeza, para acto seguido seguir con su congria de estatalizar todo hasta que ondee la bandera soviética sobre todos los edificios públicos, obviando que su premisa se opone diametralmente a la voluntad de la ciudadanía. 

De modo que, lo que no pueda ser por las buenas, ya buscará la manera de que sea por las malas. Porque si hay algo que diferencia a Pablo Iglesias de Pedro Sánchez es que al ministro de la coleta le debe gustar tirarse la siesta mirando los grandes documentales de la 2, donde se explica de libro el manual de supervivencia: con su beneplácito, cuando sus progenitores se ausentan, uno de los aguiluchos sacrifica al resto de la nidada. ¿Para qué compartir el poder como águila bicéfala, cuando se puede aplicar la de Los Inmortales, “sólo puede quedar uno”?

El ministro antisistema sigue de paseo pese a que su pareja ha vuelto a dar positivo de COVID. Debería estar confinado para evitar contagiar a otros, aunque en la República de Galapagar no se apliquen las normas que el resto de España. Eso sí, los estómagos agradecidos de la Sexta se hartaron de acusar a Rajoy por saltarse la cuarentena, a sabiendas de que todo era un montaje y la filmación usada como prueba era del año pasado. Y todo sólo por hacer de palmeros del ministro sin cartera. Tanta obscenidad hace evocar las palabras del inefable humanista José Luis Sampedro, cuando lamentaba que en estos tiempos es más fácil divulgar la inmoralidad que la decencia.

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