Opinión

La cuadratura del círculo

Tres años, siete meses y nueve días -que casi suena a condena-, después de nacer Pedro Sánchez, rendía cuentas ante la muerte el generalísimo Francisco Franco. Aún no había empezado el pequeño Perico la EGB cuando se aprobó por mayoría la Constitución de 1978, después de haber aprobado la Ley de Amnistía de 1977. 

Pero sí tenía el estudiante de COU 18 años, y por lo tanto debería tener plena consciencia como ciudadano mayor de edad, en el momento que tuvo lugar el atentado contra la casa cuartel de Vich, el 29 de mayo de 1991 en Barcelona. Más discernimiento aún cuando el atentado del puente de Vallecas, el 11 de diciembre de 1995, contando ya 22 años de edad, por no mencionar el de la T4 en 2006, el de Santoña en 2008, o el asesinato de Eduardo Puelles y los atentados de Palma Nova o el de Burgos en 2009, crímenes execrables que nunca parecieron importarle cuando, ejerciendo como presidente del Estado Español, se entrevistaba con un Quim Torra que a su vez se codeaba con sujetos como Otegi.

Sin embargo ninguna de estas actuaciones ha llegado ya a sorprender al respetable, tanto en propios como extraños, que han hecho callo ante sus excentricidades.

En menos de la cuarta parte de una legislatura, Sánchez se ha superado con lo que se consideraba imposible. Su primer hito ha sido cambiar la idea generalizada de que Zapatero fue el presidente más nefasto que jamás gobernó España, pese a una gran mayoría que se alegra de la lejanía que suponen sus escaramuzas en Venezuela.

El segundo gran logro de Sánchez -conocido desde el besamanos en los mentideros como Pedro I “el errático”-, ha sido confundir al personal con la cantidad de leyes que alardeó aprobar sin que jamás llegaran a la meta, con lo que a día de hoy muchos son los que ignoran cuál es en verdad la normativa en vigor, tras haber cartografiado el mapa de la Tierra de Nadie.

Empeñado en sacar los restos mortales de Franco de debajo de la losa de tres toneladas que lo recubren, ideó todo un peregrinaje para el finado Caudillo. Tal es así que, después de lidiar con el abad del Valle de los Caídos, el Tribunal Supremo y la familia del dictador, por no vivir el oprobio de salir él antes de Moncloa que Franco de Cuelgamuros, pasándose por el forro las decisiones judiciales, ha decidido trasladar las cenizas del generalísimo, no a la catedral de la Almudena -donde designaron sus descendientes-, sino al cementerio de Mingorrubio, en el barrio madrileño del Pardo, paradójicamente donde quiso reposar el interfecto.

Por si no bastara, el presidente en funciones se apunta como último éxito poner de manifiesto el valor democrático de que cualquier ignorante puede aspirar a dirigir la nación. Valga como ejemplo que desconozca que fue el monarca emérito don Juan Carlos I quien eligió la abadía del Valle de los Caídos como última morada de Franco, exhortando así excursiones de simpatizantes y curiosos en la capital. Queda patente que a partir del 10 de junio Cuelgamuros dejará de ingresar a Patrimonio 10.000.000 euros, para convertir al cementerio del Pardo en el tercer lugar más visitado de todo el país. 

Lo antedicho viene a cuenta de que, con lo que verdaderamente se coronó el de Tetuán, es por haber logrado en apenas ocho meses lo que nadie consiguió en toda la historia de la Democracia española: cumplir con la última voluntad del generalísimo, que por deseo de Pedro Sánchez descansará en el Pardo, en compañía de su esposa y de quienes fueron sus allegados, familiares y políticos. 

La cosa no es minucia porque, aunque no haga falta un máster para entenderlo, muchos son los que agradecerían un croquis para digerirlo. A tenor de los hechos, incluyendo por descontado su circo de ministros, cabe preguntarse si realmente Sánchez es del PSOE, o si es el zorro en el gallinero.

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