Opinión

La verdad del dinero

De un tiempo a esta parte hay políticos empeñados en engañar a los no avisados, prometiéndoles el oro del moro. La estrategia consiste en mostrar a los ricos como malvados, obviando que de todo hay en botica. Para muestra Bill Gates o Amancio Ortega, que mejoran la vida de sus conciudadanos. Del otro lado sujetos como el Celador de Olot, Manuel Delgado Villegas, el Arropiero; José Antonio Rodríguez Vega, el Mataviejas; Francisco García Escalero, el Mendigo asesino; Juan Díaz de Garayo, el Sacamantecas; Joaquín Fernández Ventura, el asesino de prostitutas; Gilbert Chamba Jaramillo, el Monstruo de Machala; Alfredo Galán Sotillos, el asesino de la baraja; Volker Eckert, el camioniero asesino; Remedios Sánchez Sánchez, la Rema; Gustavo Romero Tercero, el asesino de Valdepeñas, o José Ignacio Orduña, el asesino de Lesseps, que jalonan la historia de asesinos que, siendo pobres, también fueron malas personas.

Habría que replantearse si política y economía son ciencias sociales o ciencias esotéricas. Si se reúnen en una habitación a un economista y una pitonisa, los dos trazarán una semblanza de la actualidad sobre la que emitirán sus respectivos vaticinios con igual posibilidad de acierto. Por eso, al final pocas veces dan las cuentas en economía y política, pese a que hay cuestiones para las que basta sumar y restar para concluir el resultado. Sacarle todo a los ricos se vende como una solución a las carencias del Estado por una gestión ineficiente de la cosa pública, argumentando que son los que menos contribuyen, pero la realidad es que quienes más ganan pagan más. Por mucho que repitan esta mentira no convertirán en verdad que la riqueza no se genera destruyendo la riqueza, y que la enajenación de la riqueza sólo la disipa dejando a todos pobres.

Para acabar con la falacia basta con revisar la legislación fiscal de este país, aunque últimamente el cerebro no se lleva, mientras hay quien se deja arrastrar por las redes sociales, tragando con las cuentas de la lechera, que es lo más parecido al mercado de futuribles, y las del Gran Capitán, lo más cercano a un agujero negro. Pero las cuentas son así de claras. Los tramos del IRPF para 2020, que son iguales a los del 2019, plantean que desde 0 hasta 12.450 euros la cuota es 0 y la retención el 19%. De 12.450,01 hasta 20.200 euros, la cuota es de 2.365,5 euros y la retención del 24%. Para el rango de 20.200,01 hasta 35.200 euros la cuota es de 4.225,50 euros y la retención del 30%. Para el umbral de 35.200,01 hasta 60.000 euros, la cuota es de 8.725.50 euros y la retención del 37%, y así sucesivamente. Esta es la prueba fehaciente de las mentiras de los políticos: en España el que más gana para más impuestos desde siempre porque son impuestos escalonados, por si a alguno le cabía duda o lo mal convencieron. Pero por si no llegara, subir el SMI de 900 a 950 euros, lo que arroja un montante de 700 euros al año, repercute de manera directa en el umbral tributario. De este modo, un trabajador que cobra 900euros al mes, 14 pagas al año, ingresa 12.600 euros brutos al año. Si cobra 950, el total asciende a 13.300 euros, y he aquí el meollo del asunto, porque las rentas inferiores a 12.600 están exentas de declaración pero, a partir de 12.640 euros, el fisco le retendrá 1.120 euros de la Renta. Resulta obvio que el resultado de la sustracción establece que el trabajador de 950, va a cobrar 12.180 euros al año, menos aún que cobrando 50 euros menos al mes. En conclusión, la subida del SMI supone que el empleador paga más, el trabajador cobra menos, y Hacienda incrementa su recaudación. Es decir, que entre el incremento de costes para el empleador y la pérdida de poder adquisitivo del empleado, se disparará la economía sumergida.

Los politólogos llevan más de un siglo prometiendo lo que nunca han dado, mientras hay resentidos que se contentan con que todos sean pobres. Es obvio que la solución a los actuales retos mundiales pasan por limitar el consumismo redefiniendo las verdaderas necesidades de la Humanidad, y que los revolucionarios acepten de una vez el fracaso de un comunismo que regresó al capitalismo como la fórmula económica menos mala. El neoimperialismo chino es el ejemplo más claro, y es que, parafraseando a Einstein, el progreso de la Humanidad no reside en la riqueza sino en la paz permanente y buena voluntad perdurable porque, como dijo San Agustín -aunque no llegara a conocer a Pablo Iglesias-, "no hay riqueza más peligrosa que una pobreza presuntuosa". 

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