Opinión

Largas sombras

La presidenta  doña Begoña I ansía entrar en el elenco patrio de Grandeza. Curtida en tan  breve lapso a ser Excelentísima consorte de su excelencia el Presidente y, consciente de que ni pactando con el diablo se queda en la casita de las Cortes, a estas alturas ya no le importa la primera y fundamental decisión de su marido. 

Acostumbrada al lujo cortesano del doctor Falcon, los viajes de recreo y otras fiestas, no traga con un simple revoque de pintura cutre en la habitación o un nuevo colchón para el tálamo palaciego. Doña Begoña quiere ser marquesa de las Españas. No importa si de la Pata Ancha o del Cantimpalo, pero marquesa a fin de cuentas, aunque su esposo tenga que ejercer de palanganero mayor del reino, velando el hueco del trono por donde antaño se aliviaban sus católicas majestades.

No ha transcurrido un suspiro desde que la aspirante susurró su anhelo, que abatido y cansino Perico afirmó: “lo que ella diga”. Y hete aquí que con sobrado cuajo y ninguna vergüenza de pronto se arrima —por segunda vez—, a la espalda del Rey, a ver si a golpe de hacerle la rosca tosca de aquí al desahucio de Moncloa, el marquesado —aunque sea el del Bálano—, cuela. Todo ello después de ningunear al monarca o evitarlo, haciéndole más de un público y notorio desplante, olvidando que en España sólo hay cetro para un Jefe de Estado.

Mientras tan larga espera aguarda por el designio de la urnas, en el chalecito de Galapagar, el cabeza de la Sagrada Familia evoca con nostalgia la perdida aristocracia por quedarse sin escaños con el abandono de propios y extraños. 

Drama familiar aún gozando de patrimonio y tronío, con  aval e hipoteca de seis inauditos pisos adquiridos por su desquitado padre —hijo de represaliado del franquismo—, que buena hacienda procuró, pese a tanta persecución de la Dictadura,  merced a llegar sin desacuerdo del Régimen a inspector de Trabajo y profesor de Historia. Nunca la docencia dio para amasar tanto apartamento. ¿Serían para prestarlos a los sin techo, o para especular y sacarle provecho con la burbuja del ladrillo?

De todos los presidentes socialdemócratas, el único en renunciar a la propuesta mayestática fue Felipe González, arguyendo que sus convicciones políticas no le permitían aceptar el título de marqués pese a ser Márquez de segundo. En mala hora no aplicó la misma regla conciliando el socialismo, el sueldo de expresidente, el de embajador extraordinario y presidente de sabios de la UE; el miembro del Consejo de Estado, de  presidente del Consejo de Participación del Parque Nacional y Natural de Doña Ana, o la calderilla por el puestillo en el Consejo de Fenosa Gas Natural y otras puertas giratorias. Aún así, buen favor le hizo a sus descendientes al ahorrarles tan llamativa precedencia, a saber, al hipotético Pnemuceto Atanasio de todas la Lombrices Teódulo Genserico del Perpetuo Socorro de Azpilicueta Freixenet y Burbujas de Toledo, Marqués de González.

Quien sin duda se frota las manos es Zapatero, mientras todos lo mentan dudando a esta alturas de si realmente fue el más nefasto presidente que tuvo España. Con su risa sardónica rememorando el desaire de Sonsoles, evoca el proverbio que afirma aquello de después de mí vendrá quien justicia me hará, o el de a todo hay quien gana, acariciando con renovada esperanza la posibilidad de ser el icónico marques de todos los Rodríguez.

¡Ay, María Begoña, cómo anda el patio! ¡Diantre, Perico, la Viagra no siempre es remedio para la impotencia! Porque no hay sombras más largas que las que proyecta el pasado. Y es que, como dijo el político y escritor irlandés Jonathan Swift, la ambición suele llevar a las personas a ejecutar los menesteres más viles. Por eso, para trepar, se adopta la misma postura que para arrastrarse.

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