Opinión

Porque esto es África

Un político es lo más parecido a un vendedor de intangibles: para lograr las mejores cifras de venta acostumbra a soslayar el sentido común, recurriendo, por el contrario, a las emociones del electorado. De ese modo, mientras el comerciante de zapatos apela al pragmatismo e inteligencia  del cliente al recomendarle un calzado que lo protegerá de la lluvia, el político invoca a sus sentimientos para convencerlo, con humo y fantasmas, de la cuadratura del círculo.

Ejemplo claro está en el temor alimentado por Abascal o Casado en relación a la emigración procedente de África, sugiriendo la frontera como hervidero en estado de excepción. Con inexactitudes calculadas, intentan persuadir de que al otro lado de la alambrada una horda rabiosa de mendigos con piel color canela monta guardia, preparada para tomar Europa al asalto a la primera oportunidad, presagiando una hecatombe cultural en medio de un caos social y económico.

Esa media verdad —la peor de las mentiras—, que dejan en el aire buscando un rendimiento electoral, desencadena un efecto devastador, espoleando una injustificada inquietud y alarma. Ambos líderes manejaron magnitudes de millones de ilegales acosando a España, situación absolutamente alejada de la realidad. De 2008 al 2017, el país recibió a 558.467  inmigrantes legales africanos. Más del 95% con visado, permiso de residencia, de trabajo, y en situación regular.

Hace unos meses, coincidiendo con la cosecha de la aceituna, los olivareros andaluces lanzaban la voz de alarma porque los locales se niegan a ir a la recogida al cobrar un año de paro por cada 35 peonadas realizadas, obligando a sustituir la mano de obra local por temporeros legales procedentes de África, igual que sucede en El Ejido, donde la respuesta a la agricultura intensiva de invernaderos se facilita gracias a un mar de ébano. Pero no todo son jornaleros, albañiles o personal doméstico. A territorio nacional llega un considerable contingente de personal altamente cualificado, para ocupar cargos profesionales y directivos que redundan en beneficio de la economía y sociedad española.

Dentro de la mentalidad europea, muchas veces cuenta entender que, a espejo de la Unión Europea, el continente negro se agrupó en la Unión Africana, lo que, unido a la herencia colonial, ha llevado a un crecimiento gradual. África posee instituciones y universidades que, a día de hoy, actúan como anfitrión de sociedades y organizaciones del mundo industrializado, donde se debate tecnología y desarrollo.

Por supuesto en África hay países pobres, del mismo modo que, en el viejo continente, no toda la ciudadanía vive boyante, pero, además de ser uno de los mayores depósitos de materia prima entre la que se contabiliza maderas exóticas, fibra textil, marfil, oro, petróleo, diamantes y minería, el continente negro cuenta con ciudades con un desarrollo humano apreciable. Para los duros de mollera o escasos de memoria, conviene recordar que el Mundial de fútbol de 2010 se jugó en África, de donde ningún aficionado volvió defraudado.

Según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo,  se contabiliza, sólo en Sudáfrica, las urbes de Johannesburgo y Ciudad del Cabo como ciudades con Muy Alto Desarrollo Humano, a la que se añade un Desarrollo Alto en Pretoria y Bolemfontein. Dentro del Muy Alto Desarrollo se encuadran también El Cairo en Egipto y Gaborone en Botsuana. En Alto Desarrollo se incluyen también la keniata Nairobi, la egipcia Alejandría, además de la argelina ciudad de Argel, seguida por Dar es Salaam, en Tanzania, dentro de la clasificación de Desarrollo Humano medio. 

Estos avances y mejoras disparan, por ejemplo, la demanda de trabajadores en Costa de Marfil, resultando la paradoja de que son los europeos quienes se desplazan a trabajar a África. Por eso los africanos no aspiran a invadirnos ni suponen amenaza ninguna, por el contrario, son una promesa.

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