Opinión

Hasta que se decida de otro modo

Apenas basta evocar estas fechas para acordarse de que alrededor y más allá hay ángeles y demonios, vidas y miserias. Por los alrededores las colas del hambre se han desdibujado con el disimulo, mientras las ONG’s casi le van poniendo nombre a los que mal sobreviven.

En el antiguo asilo de la plaza del Maestro Vide, a pocos pasos de la comisaría, cada mañana se arremolinan más y más excluidos buscando una dádiva para llevar algo a la boca de sus familias. Cáritas, el Club de los Leones, Rotary... son insuficientes para dar abasto a una bolsa cada vez mayor de pobreza. Claro, queda el sueño -o el ensueño- de pensar que más allá, allende nuestras fronteras, en un diáfano ejercicio de mal de muchos y consuelo de tontos, hay quien está peor.

Sí, basta pensar en países como Haití, que a nadie le importa si cada terremoto no es sino la mano de la tierra esculpiendo un colosal mausoleo donde yacen 200 ó 300.000 cadáveres, convertido en una necrópolis que nadie va a remover porque no son más que un pueblo pobre y sin riquezas que despierten la codicia neocolonial.

Del otro lado de las guerras olvidadas, los sirios malviven en calles destrozadas sin que a nadie le importe ya sus miserias. Ya no son noticia, Lesbos ya no es un infierno de refugiados sino apenas memoria de cartones y plástico. El foco de atención está ahora en un conflicto entre ucranianos y rusos, en una conflagración en la que a ninguno de los contendientes les interesa acabar en armisticio,  mientras los estadounidenses la alimentan para vender su gas a Europa y desprenderse de un armamento anticuado, engrasando la maquinaria de su industria bélica. Al final siempre es fácil saber quién es el más interesado en que la paz sea una paloma coja.

En Afganistán, las autoridades fanáticas de una teocracia inmolan a sus ciudadanos. Torturan y asesinan a sus jóvenes por “no llevar correctamente colocado el niqab”, que viene a ser como decir que matan a su pueblo por un simple y puñetero trozo de tela. Ahí sí hay mujeres al pairo. Rehenes de la tradición, esclavas de nacimiento por imposición divina. En buena hora les servirá de nada que unas snobs en España se corten un mechón de pelo por donde ni se les ve, así sea de la entrepierna. Mientras aquí esas cursis aprueban leyes absurdas que desamparan a las mujeres, pese a ser una nación donde reina la igualdad de  derechos y oportunidades, en Afganistán las mujeres se han quedado otra vez sin nada.

Mujeres que estudiaron carreras y cuya única expectativa es ahora vivir sometidas con la pata rota en la cocina. Jóvenes universitarias repentinamente privadas de las aulas, niñas condenadas a la ignorancia y sumisión, sin más espacio que el muro que las separa de la calle. Da dolor sólo  pensarlo. Como el futuro que le espera a los huérfanos afganos, convertidos en prostitutas para satisfacer los deseos depravados de aquellos infames que encierran a las mujeres bajo siete llaves. 

El mundo es cada vez más pequeño y está paulatinamente más intoxicado, pese a que, mirando para el otro lado, encendemos las cien mil luces de las plazas y calles para celebrar la alegría de la Navidad, aquella celebración que durante siglos los cristianos vivieron en el recogimiento, sin lujos ni excesos, para celebrar la íntima alegría del nacimiento de un salvador, venido para arrancar sus almas de las garras de la muerte, rescatándolas a la vida eterna.

Cuesta entender tanta miseria y desidia, pero el tiempo pasa y, en esa maniobra extraña en la que vuelve el Tiempo, la existencia se torna un caballo de hierro que cabalga a todo tren barriendo sueños. Por eso son fechas para recordar doblemente a Gabriel García Márquez cuando afirmó que el sentido de la solidaridad, que es lo mismo que los católicos llaman la comunión de los santos, tenía para él una significación muy clara. Quiere decir que, en cada uno de nuestros actos, cada uno de nosotros es responsable por toda la humanidad. Cuando uno descubre eso es porque su conciencia política ha llegado a su nivel más alto. Añadiendo de su voz que todavía no es demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir una tierra donde nadie pueda decidir por los otros, donde los pueblos que han quedado marginados tengan una nueva oportunidad. Un mundo en el que sea posible verdaderamente la solidaridad. Agotando los últimos días caminamos hacia un nuevo año, ojalá una inspiración nos haga a todos algo más humanos.

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