Opinión

Robin de los bosques

JOSÉ PAZ
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Con tal nombre se conoce al legendario personaje que se rebeló contra la corona de los Plantagenet. Lo cierto es que en aquella Inglaterra convulsa de los siglos XI al XIII, cuyos monarcas repartían a partes iguales su tiempo en las cruzadas en Tierra Santa, a la par que en mantener el imperio a ambos lados del Canal de la Mancha, la urgencia de fondos para sostener tales conflictos llevó a todos los estamentos sociales a soportar una presión fiscal insufrible. Esto supuso el alzamiento de muchos nobles, que veían sus rentas diezmadas, con la consecuente confiscación de sus bienes y derechos, que pasaban a engrosar la cabeza del reino.

Tal suerte se atribuye a Robin de los Bosques, conocido también por Robin Hood o Robin de Locksley. Como todo personaje surgido del lecho del mito, escurridizo y conflictivo, cuya identidad  fue imputada, antes y después,  a diversos nobles. Arropado de una folletinesca vida, la literatura fantástica afirma entre sus cualidades la generosidad y desprendimiento, dedicado a mitigar la penuria de los pobres robando a los ricos. Pero lejos de esa visión romántica la realidad es más prosaica. Entregado al pillaje, satisfacía con migajas a los más pobres para comprar su voluntad y favor, asegurándose su lealtad y, con ella, su permanencia e impunidad.

Esta percepción y personaje han causado una honda impresión en la conciencia colectiva, traduciéndose en forajidos, unos ficticios y otros de carne y hueso, que con el salto a la gran pantalla adquirieron notoriedad -Curro Jiménez es buena muestra de ello-, evocando a un héroe defensor de los más débiles, donde a efectos prácticos nunca hubo más que aprovechados y sádicos homicidas, por no decir psicópatas, que no vacilaban a la hora de descerrajarle cuatro tiros a cualquier infeliz cuyo única falta era llevar monedas en su bolsa.

Cambiando de tercio, es necesario definir la diferencia estricta que separa a un facineroso de un bienhechor, por mucho que busque ganar popularidad repartiendo migajas que para colmo nunca salen de su bolsillo. Así es como se aterriza en la reciente sentencia contra los expresidentes autonómicos Chaves, licenciado en Derecho, y Griñán, inspector de Trabajo, condenados a sendas penas de inhabilitación y de cárcel, junto a otros políticos involucrados en esa causa.

Para que se entienda en síntesis qué fue lo que llevó a esta situación, siendo ambos sucesivamente presidente -y Griñán antes consejero de Hacienda-, a fin de acelerar el cobro de los ERE en Andalucía, se pasaron la Ley de Procedimiento Administrativo por el arco del triunfo, pervirtiendo el sistema y permitiendo que muchos otros hicieran uso espurio de los recursos públicos, a lo largo de 12 largos años, gastándose incluso algunos el dinero en prostitutas y cocaína.

La cuestión, que en principio podría arrogarse a agilizar el cobro por los más desfavorecidos, no quedó exenta de mucho clientelismo que perseguía perpetuar a una formación política en el poder, y un acto en sí ilegal, que podría haberse dado como respuesta urgente para luego ser revertido, se perpetuó, dejando correr la bola a lo largo de tres legislaturas. En total, más de 700 millones de euros manejados sin control de ningún tipo, con el beneplácito y la complicidad de aquellos que eran responsables de la mayor limpieza y transparencia en la gestión del patrimonio ciudadano. 

Ahora, con la sentencia en firme y la obligación de entrar en prisión, muchas voces en el PSOE se empeñan en blanquear su conducta. Pero lo cierto es que uno y otro eran perfectos conocedores de la ley y de sus actos. Que Moncloa baraje la posibilidad de un indulto argumentando que no se llevaron ni un céntimo es perverso ya que se les juzgó por subvertir el sistema, permitiendo el mayor de los desfalcos. Como primer ciudadano andaluz, el presidente de la Junta de Andalucía, además de privilegios debe ser un modelo de rectitud, espejo donde puedan verse el resto de ciudadanos. Si cuando debieron no fueron edificantes, ahora deberían ser ejemplares, cumpliendo Griñán la pena impuesta, porque plantear un indulto envía el mensaje de que, lejos de ser todos   iguales ante la ley, aquellos que se dedican a la política no sólo gozan de inmunidad sino también de impunidad, y porque como dijo la cantautora americana Joan Baez, si no peleas para acabar con la corrupción y la podredumbre, acabarás formando parte de ella.

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