Opinión

¿San Obama?

Termina el segundo mandato de Barack Obama y una ingente cantidad de estadounidenses se apresura a ponerlo en la luna de Valencia y quemar incienso alabando su bondad. Alegan lo buen bailarín que es, unas cuantas frases ingeniosas —que por desgracia no difieren de algunas simplistas atribuidas a Jesucristo—,  y no haber dejado en evidencia ningún escándalo sexual. Agitado en la coctelera parecen ser, según algunos, logros sobrados para elevarlo a los altares. En España su estela comparte idéntica apreciación romántica en más de un ciudadano.

Por ello merece la pena hacer balance de su gestión, reseñando como uno de los hitos más significativos de su mandato que, recién aterrizado en el Capitolio y sin haber movido un dedo, recibió el premio Nobel de la Paz, hecho que más allá de inexplicable evidencia la politización y canibalismo de la Academia sueca. Como fuere, para celebrarlo continuó sin retroceder un ápice en los planes estadounidenses de expansión militar, manteniendo desplegados incluso en 2017, mientras nadie lo remedie pese a haberse marchado, 10.000 soldados en el país talibán.

Igual suerte han corrido los cautivos de Guantánamo, la prisión más vergonzosa que pueda existir en Occidente. Admitiendo que este tipo de cárceles son una aberración en cualquier lugar del mundo, conviene recordar que privar de libertad a ciudadanos propios o ajenos sin la menor garantía procesal, sometiéndolos además a tortura indiscriminada, está absolutamente prohibido en naciones suscriptoras de la Convención de Ginebra. Sin embargo, lejos de clausurar tan bochornoso penal, Obama ha consentido su permanencia sin aliviar en nada el penoso e ilegal estatus de sus huéspedes. Por si no bastase, su Administración ha lanzado más de 27.000 bombas en Afganistán, Libia, Yemen, Somalia, Pakistán, Siria e Iraq, países estos dos últimos donde, sin visos de suspenderlo, mantiene desde 2014 el llamado “operativo antiterrorista”.

Pero observando las líneas maestras de su política exterior se aprecia como, pese a abrir vías diplomáticas con Cuba, dilata el embargo fundamentado en la Ley Helms-Burton, y lo más sangrante es que tras haber disfrutado de dos largas legislaturas sea precisamente ahora, a punto de abandonar la Casa Blanca, cuando en enero de 2017 modifica la ley de los “pies mojados”, para que los balseros cubanos sean acogidos en Estados Unidos en lugar de dejarlos como hasta ahora, con los pantalones bajados al devolverlos al régimen castrista para que los apalearan nada más entregados. Salvando las distancias conviene recordar que, pese a la embaucadora ringlera de blancos dientes de anuncio de dentífrico y su cacareada solidaridad, Obama deportó a 3.000.000 de mexicanos, erigiendo un muro invisible pero no por ello menos sólido que el defendido por Donald Trump.

Cabe por supuesto mencionar  su plan de seguro sanitario para los más humildes, vendido como uno de sus máximos logros. Pero que nadie se engañe, ese programa sería meritorio de ofrecerles una asistencia sanitaria gratuita, no obstante, lejos de ello, se les ha obligado a contratar seguros médicos de bajo coste y atención médica mínima, deduciendo que los grandes ganadores de esta medida han sido en realidad las empresas aseguradoras.

Resulta razonable preguntarse si la batería de normas de última hora, desdeñadas a lo largo de sus dos mandatos, obedecen al bien de su país y conciudadanos o a dejar empantanado al que viene detrás. Porque a estas alturas el Nobel de la Paz Obama huele a rancio, apesta a cínico y hiede a resentimiento hacia su sucesor, dejando entrever que por encima del servicio a sus conciudadanos siempre lo estuvo al de los Lobbies que lo financiaron, y en cuanto a la cuestión conyugal, cierto que para unos ciudadanos puritanos como los estadounidenses una infidelidad constituye un escándalo sexual, pero en España esa definición apenas atañe a la gerontofilia, la necrofilia o a hacérselo con un pato o una cabra. Obama ha dicho muchas cosas, pero como dijo el dramaturgo y poeta noruego Henrik Ibsen, mil palabras no dejarán una impresión tan profunda como un hecho.

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