Opinión

Seis puentes

La teoría de los seis grados de separación, popularmente conocida como la de los seis puentes, que establece que cualquier persona conoce a otra, que conoce a otra, que conoce a otra, que conoce al emperador del Japón.

Enunciada por primera vez en 1930 por el húngaro Frigyes Karinthy, autor  cuyo relato bajo el título de Chains, plantea la premisa de un modelo social progresivo en el que los contactos individuales se multiplican exponencialmente a partir de un grupo no necesariamente numeroso de conocidos, hasta alcanzar a toda la Humanidad.

Recogida más tarde por el profesor de sociología de la Universidad de  Columbia, Duncan J. Watts, en el ensayo “Seis grados: la ciencia de una edad conecta”, editado en el año 2003 como ampliación del célebre artículo publicado en 1998 junto al matemático estadounidense Steven H. Strogatz. El , postulado inserto en la prestigiosa revista Nature, teoriza sobre la infinitud del mundo, reducido a un simple pañuelo, al ser una red compleja con una distancia muy pequeña entre nodos pese a su profusión.

O dicho de forma que todo el mundo lo pueda entender-para quien quiera discutir la teoría-, en una aldea vive un labrador que conoce a un abogado de una capital de provincias, que conoce a un diputado, que conoce a un ministro, que conoce a un presidente que conoce al emperador del Japón. Aunque los seis grados de distancia son la media, por supuesto que al ministro apenas le separa una sola persona del emperador nipón, mientras a otros quizás, en lugar de la mitad, les separa la docena entera.

Pero el hecho es que calculando -no los que figuran en las redes sociales sino aquellos a los que físicamente puede acceder-, entre familiares, parientes, amigos, compañeros de trabajo, superiores o clientes, y sin contabilizar a vecinos, conocidos o empleados de distintos servicios a los que se  accede por necesidad, cualquier ciudadano ronda como mínimo unas cien personas como contactos directos. Si cada una de esas cien tienen a su vez un espectro de relaciones igual, el ciudadano inicial alcanza a 10.000, cada uno a su vez con otros cien, suponen 1.000.000 de contactos. Aplicando la teoría de los seis puentes, al llegar al sexto grado, un sólo ciudadano habría alcanzado a 100 o lo que es lo mismo a 100000000000000 de personas. 

Pero lo singular de la teoría de los seis puentes es que circula en ambos sentidos, de modo que también existe una distancia análoga para que el emperador alcance al aldeano. Esta progresión explica de la manera más elemental el modo como se propaga cualquier epidemia.

Más de uno alegará en contra que, a fin de cuentas, conocer a 100 personas no significa bailar con ellas, y estará en lo cierto. Sin duda más de uno se enfada cuando ve circular a alguien sin mascarilla o si tiene que compartir espacios pequeños como un ascensor, e incluso no viajan cómodos con otras usuarios en un transporte público. Pero la excepción se haya en esos 100 sujetos que forman  parte de su entorno más cercano, justo ahí donde la mayoría se relaja y baja la guardia al razonar que un hermano, un primo o un sobrino, nunca le expondrían a uno a un contagio, obviando que nos enfrentamos a un enemigo invisible que, con el leve aleteo de las alas de la mariposa, pueden provocar un huracán en las antípodas.

Esto motiva que el mayor foco de transmisión se dé en las reuniones familiares y de amigos, porque con frecuencia se olvida que nadie conoce a los cien contactos de su cuñado, su prima o su amigo. De nada sirve el esfuerzo de todas las administraciones por frenar la pandemia si los ciudadanos no se conciencian de que todos, sin excepción, son vectores potenciales. Porque por más que lo intenten, las autoridades no pueden derogar la teoría de los seis puentes. La solución está en usted.

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