Opinión

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Entre el 31 de mayo y el 1 de junio de 2018, se llevó a cabo una moción de censura contra Mariano Rajoy, dando como resultado la dimisión del Gobierno de España y el ascenso a la presidencia de Pedro Sánchez. El argumento sostenido por el secretario general de la formación socialista se basó en la acusación del partido en el poder. Lo cierto es que la Justicia, que sí funciona, condenó por corrupción a varios antiguos cargos del PP, dejando en la sentencia bien claro el juez del Supremo encargado que la condena a título lucrativo afectaba sólo al PP en dos municipios de Madrid, obligándolo al copago de la sanción.

El magistrado explicaba que si su hijo rompe con el balón el escaparate de un comercio, el culpable es él, pero usted será condenado a título lucrativo a pagar el vidrio roto. ¿Es usted culpable? Obviamente no. ¿Ha roto usted algún cristal? Tampoco. ¿Lo condenan a usted por cometer un delito? De ninguna manera. Simplemente el juez establece que, dado que su hijo es de usted y no del vecino, aunque usted ni se haya acercado a ese escaparate a menos de un kilómetro, le toca a usted abonar su reparación.

Pues con esa manipulación perversa, Pedro Sánchez lideró una moción de censura contra un Rajoy que gobernaba en minoría. Cuando se habla de adulteración bellaca se refiere precisamente a que tanto el PSOE como sus aliados eran plenamente conocedores de este hecho, pero no les importó utilizar un argumento falso en su deseo de alcanzar el poder, a lo que se vio -y con posterioridad ha quedado manifiesto en el caso de Sánchez-, a cualquier precio. Las palabras de Mariano Rajoy en aquella moción, dirigiéndose al Ministro Ábalos fueron visionarias: “¿Cuándo una sentencia condene al PSOE por corrupción en el caso de los ERE de Andalucía, dimitirá usted, señor Sánchez?”. Lo cierto es que no. Mientras los cargos y militantes del PP condenados por distintos manejos fueron expulsados del partido, personajes como Chaves y Griñán dimitieron antes sin que el PSOE les hubiera abierto expediente desde la imputación, tal como la dirección del partido afirmó que haría, expulsando curiosamente a Joaquín Leguina por denunciar la podredumbre de las leyes aprobadas por el PSOE. En definitiva, otro incumplimiento más que ya no sorprende, por parte de un presidente que se contradice constantemente, hasta el extremo de que todos los ciudadanos tienen claro que cada vez que dice que va a afirma una cosa hace todo lo contrario y viceversa.

Tampoco sorprende que se defienda como gato panza arriba con un Gobierno que incluye dentro de sus filas a la oposición. Resulta difícil ver en cualquier país civilizado y normal un Ejecutivo más absurdo. La mayoría del Gobierno claudica ante una minoría del Gobierno, y mientras la mayoría aprueba un ley, después presenta una enmienda a la ley que aprobó -que es papel de la oposición parlamentaria-, y le pide permiso a la minoría del Gobierno, tras negociar con ella haciéndole concesiones, para llenar su propia ley de borrones y tachones, convirtiendo la norma en más absurda e inoperante aún.

Para el que no lo haya entendido, puede encontrar la explicación en la memorable película de los Hermanos Marx, titulada “Una noche en la ópera”, concretamente en la célebre secuencia del camarote en la que Groucho y su hermano Chico negocian la famosa “parte contratante de la primera parte”.

Pero no satisfecho con el desaguisado, ahora el PSOE se ha embarcado en una tanda de leyes que, luego de sacar a violadores y abusadores de la cárcel, ahora exonerará a los corruptos, entre ellos a sus propios condenados. Llegados a este punto el Gobierno debería dimitir, no sólo por higiene democrática, sino porque Sánchez preside pero no gobierna. Justo aquí llegamos a un hecho indiscutible incluso para el más fanático y lerdo: la corrupción perjudica a todos. No es una cuestión de partidismo ni de ideología. Quien la rechaza permanece con la decencia a salvo, mas en cómplice se convierte quien la acepta.

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