Opinión

Subida del 27%

Si la vicepresidenta del Gobierno no da crédito a que el vicepresidente segundo  haga oposición dentro del Ejecutivo, ya puede imaginarse la cara que le queda a la mayoría de los ciudadanos -que dicho sea de paso, no votaron a Izquierda Unida, a Podemos ni a Unidos Podemos-, al recordar el pifostio que montaron cuando en un pasado, el entonces presidente Rajoy subió el recibo de la luz, arengando entonces el trinomio Rufián – Garzón – Iglesias consignas como la necesidad de bajar el IVA, que no iban a dejar atrás a nadie y que, si ganaban las elecciones, bajarían el precio del suministros y otros insumos.

Vaya por delante que lo de negociar con las eléctricas es bastante más fácil de lo que los sesudos politicastros que nos tutelan quieren darnos a entender.  La cuestión es muy distinta, ya que si bien por un lado está el déficit tarifario, por otro están los costes productivos, sin olvidar por supuesto la carga impositiva de un Estado por tradición  excesivamente intervencionista.

Para entenderlo hay que retrotraerse a la revolución industrial del siglo XIX cuando España, pese a su baja calidad y capacidad calórica, empezó a explotar el carbón de la cuenca minera de Asturias, en un momento en el que los costes de importarlo de Inglaterra no compensaban. La segunda gran desgracia del país está en los costes de producción, de modo que extraerlo resultaba tan caro que el precio lo hacía inasequible. Así fue como se empezó a subvencionar la energía, costumbre que se perpetuó también con el fluido eléctrico hasta hacerse insostenible.

De hecho ni siquiera la dictadura de Miguel Primo de Rivera, la II República, la dictadura franquista, ni ningún gobierno de la Democracia, excepto el de Rajoy, tuvo bemoles para atajarlo. Otra excepción fue la de Zapatero, a quien la Gran Recesión le vino como anillo al dedo y con el Tesoro Público exhausto, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que por lo tanto las protestas por el cierre de las minas sería tímido, de un plumazo acabó con las subvenciones al carbón, aún al precio de desmantelar todo aquel tinglado, factura que todavía hoy paga el respetable. De ahí que pasaran a mejor vida centrales como la de Meirama, en A Coruña.

Tal de lo mismo pasó con la electricidad cuando Rajoy se encontró con las alcancías habitadas por telarañas, teniendo que dar la única solución posible: transferir el déficit de los costes de producción eléctrica y la deuda acumulada con las energéticas, cuyo importe alcanzaba los 4.000 millones en noviembre de 2011, total para que Pedro Sánchez volviera con la burra al trigo apenas sus socios de gobierno lo arrinconaron nuevamente con el subvencionismo, vicio que como se ve siempre acaba resultando más oneroso que pagar del bolsillo propio.

Porque a la contrariedad de tener que importar el 80% de la energía que consume el país, se suma la demanda disparada de electricidad. No sólo la iluminación pública y privada sino electrodomésticos y cada vez más vehículos eléctricos, han obligado a incrementar la producción y las plantas. Sólo en Galicia hay alrededor de unas 400, entre centrales y minicentrales, funcionando con gasóleo, fuel, hidráulicas y hasta quemando basura. Pero a los costes productivos, que alcanzan el 32,4% del recibo de la luz, se suman el 3,7% de transporte y distribución, alrededor del 14%. A partir de ahí se añade el 18% de IVA, el 5,113% del Impuesto Especial sobre la Electricidad, el 19% de prima de Renovables, a lo que se agrega el 5% de amortización de deuda acumulada, y con este desglose es como se esquilma al ciudadano nada más acciona el interruptor.

En este punto justo se confirma que para hacer oposición vale cualquiera, cuando en lugar de colaborar se trata de hacer trizas a la oposición, que en realidad representa a un montón de ciudadanos. Otra cosa es sentarse en la bancada azul, porque ahí la torpeza se torna oscura excusa para empeorar la situación del ciudadano, y es que no hay como ejercer el poder para dejar en evidencia que una cosa es predicar y otra repartir trigo.

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