Opinión

Mis amigos y Tsipras

Bueno, lo primero es confesarles que ando bastante perdido. No a causa de consultar más de cien veces al día el móvil, pues no padezco todavía de nomofobia (miedo a salir de casa sin el aparatito que envía continuas señales reclamando la atención cual si fueran sirenas de Ulises que encadenan las entendederas neuronales). No, la confusión de hoy va de Tsipras, Atenas, Grecia, Europa. Tal vez su poso venga de muy lejos, con la síntesis imposible entre paganismo y cristianismo que se vino en llamar Europa, o de Atenas y Jerusalén como pareja de hecho para la creatividad del espíritu europeo, o de Academia e Iglesia, o razón y fe.

Hoy va de confusión proyectada por la crisis europea, con gobernantes más revueltos que unos huevos con grelos y ciudadanos con una mezcolanza de ingredientes sentimentales mayor que los de una ensaladilla rusa. No hay Dios ni Sócrates (aun proponiéndolos juntos, como Shelley hizo llamando a Sócrates el ‘Jesucristo de Grecia’, o Voltaire a Jesús el ‘Sócrates de Palestina’) que ponga sentido común a las negociaciones que se manejan, los plazos que se vulneran, las condiciones variables de antes y ahora, los discursos contradictorios, y todo contado de aquélla manera según la distinta cadena o periódico que hable de ella; con una extrema derecha aliada de extrema izquierda a fin de combatir a un enemigo que creen común en la falsa aseveración de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo; una opinión pública que vota sin saber muy bien qué, o se rebota con lo que vota el contrario, eso sí muy satisfecha porque haya referéndum en la cuna de la democracia. 


Pues bien, en esta confusión de la politeia europea ando, cuando el líder de ella, Tsipras, me trae con su figura el recuerdo de dos amigos. El primero ya está muerto, desgraciadamente, de ahí que pueda contar su caso sin herir ninguna susceptibilidad, solo él y yo vivimos su experiencia. Veníamos ambos del Rastro un domingo al mediodía cuando en la calle Preciados de Madrid nos detuvimos ante un hombre con carisma (indiscutible talento necesario para convencer al prójimo) que reclamaba la atención del peatón ingenuo y con cierta debilidad hacia la codicia. Un ‘trilero’, con su puesto perfectamente estudiado, ganchos de cebo y vigilantes incluidos, tres cubiletes y un poder de atracción que vence a descuidadas fe y razón. Dos o tres jugadas que dejaba resolver positivamente al mirón hasta hacerlo caer en sus redes, y mi amigo a jugar sus pesetas. Dos o tres jugadas más para hacerle presumir su insuperable agudeza visual hasta que el trilero, en una, dos y tres jugadas posteriores mandó a tomar por viento las ganancias y el resto. Esta debilidad humana me la recordado ver a la gente jugar con Tsipras como si fuera un Oráculo de Delfos. Ojalá no pierdan ahora más los benditos ingenuos como mi amigo.

 
El otro amigo es distinto. Aquí más que víctima es protagonista similar al griego. Con problemas de deudas por vivir a cuenta de una cuenta ajena, y engañando durante un tiempo al dueño de ésta. Descubierto, mi amigo tuvo la capacidad de no sentirse vencido, al menos aparentemente, hasta el punto de convencernos a algunos de poner pasta para coser su agujero. El argumento emocional del corazón para no dejarlo caer en la quiebra se contaba con trescientas mil pesetas del año en que cambió el milenio, y la razón tergiversada hablaba de remontar la situación. Pues no, juicios y saldos negativos, patada en el culo de la empresa afectada. Pese a ello, aquí es donde Tsipras me recordó al amigo, y a no cumplir con unos y otros siguió haciendo creer a sus clientes que el tema era otro, y ya no sé, porque no tuve ocasión de testarlo, si incluso la deuda contraída era mía hacia él. Otra vez, el carisma, demagogia y patología de creerse sus propias mentiras, al servicio de la engañifa y vista atrás.

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