Opinión

Don José

En mi pueblo natal, todos sabrán quién es el don José que da título y motivo a esta columna. Porque puede que, como en tantos pueblos, sus tocayos sean muchos, pero allí el único José que no es Pepe y que además puede prescindir de su apellido o del socorrido apodo es José Formoso, el sacerdote que llegó a Lobios hace ya varias décadas y que hoy, tantos años después, es uno más entre nosotros.

Si hoy escribo sobre él no es solo por el cariño y la admiración que, como tantos, le profeso desde niño. Aunque eso bastaría, el motivo último por el que le dedico estas líneas es el homenaje que nuestros vecinos le rindieron hace unos días y del que se hacía eco La Región. ¿La razón? El 50º aniversario de su ordenación sacerdotal: han transcurrido ya cincuenta años desde aquel día -¡ahí es nada!- y fueron muchos, incluido nuestro obispo, los que quisieron acompañarlo en este otro día igualmente feliz. Y no es para menos porque de bien nacidos es ser agradecidos y, en este medio siglo, don José ha sido, como ahora demanda el papa Francisco, un buen cura de las periferias: de esa periferia que representa el mundo rural, tan larga e injustamente olvidado; de esa periferia que encarna nuestro concello, tan bello como escondido, ubicado a orillas de la “raia seca”.

Como muchos, podría referir innumerables episodios para ilustrar la vocación de servicio de Don José y su buen hacer como sacerdote. Simplemente diré que siempre ha sabido estar junto a sus feligreses, recibiéndolos con dicha en el día de su llegada al mundo y a la Iglesia y despidiéndolos con un dolor igualmente sincero en el día de su partida. Y, lo que es más importante, caminando siempre junto a su pueblo, como uno más, cuando no como el último, sin hacer alarde de nada, sin apetecer ningún protagonismo, conduciéndose con humildad y mansedumbre y buscando, en todo y ante todo, la gloria de Dios y el bien de la gente.

En lo personal, don José siempre me ha recordado a la protagonista de “El festín de Babette”, esa deliciosa película danesa que es, casualmente, la favorita del papa actual. En ella, una forastera, la católica Babette, es capaz de congregar a todo un pueblo en torno a su mesa, acercando, con su empeño y con su cariño a todos sus habitantes. Pues así es don José: el forastero que llegó hace muchos años a Lobios y que dejó ser un forastero; el sacerdote que, junto a sus hermanos y al resto de su familia, es ya parte de las nuestras... Así es nuestro cura, todavía en su ancianidad: el siervo bueno y fiel que nos propone Jesús en el Evangelio; el hombre bueno “en el buen sentido de la palabra”, que diría Machado... En resumidas cuentas, una de esas personas que vale la pena haber conocido, un ejemplar y gran amigo de esos que dejan una huella indeleble.

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