Opinión

TORNILLOS

Si levanta la vista unos segundos, amigo lector, no le costará descubrir unos cuantos tornillos a su alrededor o, cuando menos, adivinar su presencia: en la mesa sobre la que quizá apoya este diario, en el asiento que ocupa e incluso, y esto constituye un auténtico prodigio, en el reloj que lo acompaña a cada instante. Eso sin olvidar que estos días, con motivo del desabastecimiento de la planta de Citroën en Vigo, los tornillos están incluso en la portada de los periódicos.

Desde luego, que una factoría automovilística paralice su actividad por la falta de unos tornillos es un hecho noticioso. Y, haciendo a un lado las implicaciones laborales y económicas de este parón, es casi un acto de justicia poética. La mejor vindicación, si me lo permiten, de esas sencillas piezas de metal que sostienen nuestro mundo y a las que, sin embargo, no solemos prestar demasiada atención.


Al fin y al cabo, los tornillos pertenecen a la categoría de las cosas en las que, por su insignificancia, apenas reparamos. Esas cosas que, sin embargo, están ahí y que llevan mucho tiempo a nuestro lado. Algunos sostienen que ya los egipcios usaban tornillos muy rudimentarios, aunque el hecho incontrovertible es que los griegos sí los conocían y que Arquitas de Tarento, padre de la polea, pasa por ser su inventor. Desde entonces, el mundo ha dado muchas vueltas y vueltas, han dado también los tornillos.

Shakespeare inmortalizó a Ricardo III diciendo aquello de “mi reino por un caballo” cuando en realidad podría haber dicho “mi reino (perdido) por un clavo”. Ya conocen la historia: la precipitación de un palafrenero y la falta de un clavo hicieron que el caballo del monarca perdiese una herradura y que el rey se viese en el suelo en mitad del campo de batalla. Y que, a resultas de todo eso, perdiese el reino que vanamente ofrecía a cambio de una montura. Y todo, qué curioso, por un simple clavo.


Ahora, siglos después, no es el clavo, sino el tornillo, el que causa estragos. No ha descabalgado a un rey, ni ha malogrado un reino, pero ha paralizado una gran factoría y varias industrias auxiliares, provocando graves pérdidas económicas y no pocas dificultades a los trabajadores del sector. Así es como se ha hecho notar ese invento sencillo que habitualmente, por fortuna, pasa desapercibido.

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