Opinión

40 años de Constitución, 40 años que cambiaron España

Se estudia en los libros de texto y se inculca a los escolares sus artículos más destacados: la Monarquía parlamentaria como forma de Estado, la España de la igualdad y de las libertades, la configuración de la España de las Autonomías,  la regulación de los procesos electorales, las Cortes Generales con sus dos Cámaras,  Congreso y Senado … Pero no se cuenta a  esos alumnos la historia que culminó con un texto que cumple ahora 40 años y que supuso la transformación de  una España que salía de una dictadura a una España plenamente democrática. La España del cambio,  el slogan que utilizo el Psoe de Felipe González cuando ganó con mayoría absoluta las elecciones de 1982. Cambio, la palabra que más se ha pronunciado en estos 40 años, utilizada por dirigentes y estrategas de campaña de todos los partidos, de derecha a izquierda. 

El pasado jueves, en uno de los muchos actos  con los que instituciones de toda España conmemoran el 40º aniversario de la Constitución, el Rey Felipe reivindicó en la Casa de América el papel de su padre. Hoy la figura del  Rey  Juan Carlos provoca polémica hasta el punto de que se ha cuestionado su presencia en el solemne acto con el que las Cortes Generales homenajean la Constitución el próximo  jueves, acto presidido por  D. Felipe y Doña Letizia. No se ha confirmado oficialmente, pero está prevista la presencia de D. Juan Carlos.  No podía ser de otra manera.  


El motor del cambio


Fue D. Juan Carlos quien diseñó la Transición cuando todavía era Príncipe pero Franco ya le había designado sucesor; fue D. Juan Carlos quien decidió que se pusieran en marcha los mecanismos legales necesarios para que se pudiera  sustituir al presidente elegido por Franco, Arias Navarro, al que exigió su cese cuando ya se habían aprobado esos mecanismos. Fue D. Juan Carlos quien eligió la figura adecuada para ser  jefe de gobierno en esos momentos complicados, Adolfo Suárez, un ex ministro franquista, joven, con experiencia política, y al que sabía capaz de no amilanarse ante la labor ingente que le esperaba, labor que incluía entre otras iniciativas rompedoras  acabar con el franquismo para convertir España en una democracia.

Fue D. Juan Carlos, con el visto bueno de Adolfo Suárez, el que decidió que las primeras elecciones cumplieran todos los requisitos de las democracias plenas, incluida la participación del Partido Comunista, cuya legalización llevaron el Rey y el presidente de gobierno con el máximo secretismo y se aprobó un Sábado Santo para paliar los efectos previsibles de las reacciones en contra. Dimitió el ministro de Marina,  al que sustituyeron en cuestión de horas aunque fueron varios los militares que se negaron a aceptar esa cartera ministerial en  solidaridad con el almirante Pita da Veiga.  Y fue el Rey Juan Carlos el que decidió que las primeras Cortes que salieron de las elecciones celebradas el 15 de junio de 1977, fueran unas Cortes constituyentes. Es decir, que redactaran y aprobaran una Constitución. 

Hacía solo año y medio que había muerto Franco. En solo año y medio se había conseguido la heroicidad de convertir una dictadura en una democracia.  España, tras casi cuarenta años de dictadura, cuarenta años de aislamiento internacional,  asombraba al mundo.  El Rey  no tenía agenda suficientemente amplia como para  atender a las invitaciones que les llegaban de los países más importantes para hacer visitas de Estado,  pronunciar discursos en sus parlamentos, o recibir en España a los dignatarios más relevantes.  Adolfo Suárez contaba con su propia agenda y era también agasajado. Los dos, codo a codo,  explicaban lo que en el escenario internacional llamaban “el milagro español”.


Políticos patriotas


Su esfuerzo habría sino vano si no fuera por los políticos que les acompañaron en aquella aventura apasionante. 
El Rey fue recibido al inicio con escepticismo, y la elección de Suárez como presidente abundó en ese escepticismo respecto a la figura de D. Juan Carlos, porque empezó a calar la idea de que no iba a cumplir los objetivos que se había marcado y que sus promesas de democracia quedarían en el olvido.  

A los pocos meses, con Suárez al frente de un gobierno –le costó nombrarlo,  un ex ministro Secretario General del Movimiento no generaba confianza- se tomaron decisiones impensables: el regreso gradual de los exiliados incluida Dolores Ibárruri la Pasionaria, Rafael Alberti y Claudio Sánchez Alborzos. El Rey Juan Carlos recibía en la embajada española de Méjico a la viuda de Azaña; en sus  viajes al extranjero se encontraba el Rey con exiliados y emigrantes, lejos de España  por motivos políticos unos, y por motivos económicos otros. A todos quería el Rey hacer partícipes del reto que se había marcado.
Lograda la confianza de líderes políticos que no habían ocultado su recelo inicial,  aparecieron  nombres  sin cuya colaboración la Transición no habría sido posible. Suárez desde luego, pero también Felipe González, Manuel Fraga, Santiago Carrillo, Pujol, Arzallus, Roca, Joaquín Garrigues, Fernández  Ordóñez, El general Gutiérrez Mellado, Alfonso Guerra, Fernando Abril Martorell, Pio  Cabanillas….

Una lista muy larga de hombres y mujeres –pocas en los primeros años- que apostaron con todas sus fuerzas por una España  democrática. El “milagro” no habría sido posible sin aquellas figuras que se situaron incondicionalmente al lado del Rey y que apoyaron a Suárez en aquellas propuestas que formaban parte del proyecto común de cambio que no tenían carga ideológica. Porque,  que no se engañe nadie, la oposición a Suárez fue feroz, como todas las oposiciones convencionales. Pero en los años iniciales de la Transición  en los que la prioridad era aprobar una Constitución,  se dejaron de lado los objetivos de los partidos para abrazar una causa común.
La colaboración tuvo su ejemplo más visible al elegir a los ponentes constitucionales, los que redactarían el nuevo texto, ponentes entre los que se encontraban desde  el conservador Manuel Fraga al comunista Solé Tura, siete hombres que representaban todo el arco parlamentario.  Las discusiones fueron duras, broncas con frecuencia, hubo amagos  serios de ruptura, incluso unas semanas en las que parecía que todo  estaba irremediablemente roto cuando el socialista Peces Barba abandonó la sala de reuniones. Pero imperó el sentido común,  el empeño en crear una España nueva y constitucional.  
Todos los ponentes, todos los partidos, renunciaron a elementos esenciales de su proyecto para sumarse al que debía ser el proyecto común.  

La Constitución fue un ejemplo de generosidad sin límite, la defensa de  algunos de los principios a los que renunciaron partidos de izquierda habían provocado la muerte de compañeros.  Pero todos estaban de acuerdo en que había que apostar por la reconciliación en lugar de insistir en la ruptura, y ese talante  patriótico, aunque la palabra patria había quedado devaluada porque el franquismo la había utilizada a conveniencia, logró que aquellas Cortes que aprobaron el texto constitucional  fueran unas Cortes  que,  como hacen los patriotas, dieran prioridad a los intereses de su país  frente a los intereses propios y de sus partidos.

El proceso de Transición,  el constitucional y los años inmediatamente posteriores, se desarrolló en un clima de generosidad en lo político pero profundamente complicado en lo social:  ETA actuaba con una contundencia  sangrienta, mortal.  El Grapo cometía  secuestros y atentados  que ensombrecían  los logros políticos, y  sectores enteros promovían manifestaciones masivas aprovechando la coyuntura de cambio para intentar que  se mejorasen sus condiciones laborales.  Por otra parte se diseñaba ya la España de las Autonomías que recogía la Constitución, que no a todo el mundo convencía porque pensaba que estaba en riesgo la unidad territorial.

Todo ello fue terreno abonado  para que en algunos cuarteles se creara un caldo de cultivo de malestar que provocó la intentona golpista del 23 de febrero de 1981. Pero  esa noche angustiosa triunfó la España constitucional. Y las noches sucesivas. 

El texto aprobado masivamente en referéndum fue el referente de la España democrática durante los últimos cuarenta años. Seguro que debe adaptarse en algunos aspectos a los cambios sociales que se han producido en esas cuatro décadas, pero su columna vertebral, sus principios, son sólidos: la prueba es que se trata de la Constitución  con la que se han conseguido los cuarenta años más estables de la historia de España.

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