Opinión

El calvario del exvicepresidente

El calvario para Rodrigo Rato, el auténtico calvario después de un año difícil y plagado de malas noticias, tuvo su punto de inflexión, para mal, el pasado mes de octubre, cuando acudió a la Audiencia Nacional para prestar declaración por el caso de las tarjetas opacas de Bankia, las tarjetas black. Cuando ya había respondido ante el juez, el fiscal Anticorrupción Alejandro Luzón, contra todo pronóstico, le formuló una pregunta. Nada que ver con las tarjetas, sino con seis millones de euros que Rato habría recibido del Lazard en un banco de un país europeo de los que tienen nombre internacional porque durante mucho tiempo han sido refugio de quienes pretendían mantener ocultas sus fortunas.

El ex vicepresidente del Gobierno de Aznar respondió que ese dinero correspondía al pago de unas acciones adquiridas años antes. Sin embargo se había levantado la liebre y desde ese momento comenzaron las especulaciones sobre la relación de Rodrigo Rato con Lazard, el banco de inversiones para el que había trabajado antes de acceder a la presidencia de Caja Madrid, luego Bankia. En sus investigaciones, se contaba por los círculos económicos madrileños, el fiscal había encontrado cinco contratos de Bankia con Lazard, uno de ellos firmados por Rato antes de que fuera aprobado por el consejo de Bankia.

Con toda seguridad el momento más duro para Rato en estos meses ha sido este jueves, cuando la policía aduanera, y a instancias del Servicio Ejecutivo de Prevención de Blanqueo de Capitales, Sepblac, entró en su domicilio madrileño primero y en su despacho después para proceder a un registro. Aparte de la humillación, en ese momento Rato debió comprender que no existía ninguna posibilidad de recibir trato de favor en reconocimiento a su trayectoria política y empresarial. Todo lo contrario: desde su círculo más cercano, círculo cada vez más reducido, comentan que el ex vicepresidente se siente perseguido por sus antiguos compañeros, sobre todo por dos ministros que durante años fueron subordinados suyos, Cristóbal Montoro y Luis de Guindos. De hecho se pregunta de dónde salió la filtración de que su nombre figuraba en la lista de los 706 españoles que regularizaron su situación con Hacienda en los últimos años, y que sin embargo están siendo investigados por el Sepblac.

Mucho ha cambiado la situación para Rodrigo Rato desde que Emilio Botín y José María Aznar le calificaban como el mejor vicepresidente de Economía que había tenido España. Bajo su mandato, durante las dos legislaturas de Aznar, se crearon cinco millones de puestos de trabajo y España se convirtió en un país económicamente sólido. Su trayectoria política era igualmente importante: destacó como diputado desde su primera legislatura, fue un magnífico portavoz parlamentario del PP, y estaba considerado como uno de los hombres con futuro más prometedor, antes incluso de que Aznar anunciara que no se presentaría a la reelección y se inició una carrera por la sucesión en la que los nombres incuestionables eran Rajoy, Rato y Mayor Oreja, sobre todo Rodrigo Rato. Aznar se inclinó por Rajoy y Rato no ocultó su decepción. Fue elegido diputado en el 2004, pero pocas semanas después era elegido director gerente del Fondo Monetario Internacional, uno de los cargos más relevantes en el mundo de la economía, con categoría de Jefe de Estado. A los tres años regresó a Madrid.

LA REGULARIZACIÓN

No iba a tener dificultades económicas. Además del patrimonio familiar -los asturianos Rato Figaredo son propietarios de un número considerable de empresas en muy diversos sectores- contaba con la considerable pensión vitalicia del FMI a sus ex directores gerentes. Por otra parte le llovieron ofrecimientos de consejos en España y era nombrado asesor del Banco Santander y directivo del banco de inversiones Lazard.

Quedaba libre la presidencia de Caja Madrid, en la que Esperanza Aguirre quería colocar a su vicepresidente Ignacio González, pero Rato se la pidió a Mariano Rajoy. La transformó en Bankia y centró su objetivo en sacarla a bolsa, lo que logró año y medio más tarde. Fue el inicio de sus graves problemas: una vez que Rajoy ganó las elecciones, el ministro Guindos tuvo a Bankia en su punto de mira -Rato siempre pensó que por razones de rivalidad profesional; Guindos siempre dijo que le preocupaban las noticias sobre las cuentas de Bankia- y desde el Ministerio se promovió su relevo fulminante y traumático. Rato salió de Bankia, donde ocupó su puesto José Ignacio Gorigoizarri. El análisis en profundidad de esas cuentas por parte del nuevo equipo, puso en marcha el proceso que ahora culmina con la investigación del Sepblac.

Tres hitos marcaron su trayectoria desde entonces. El primero, el cuestionamiento de la salida a bolsa de Bankia, con acusaciones de que se habían manipulado las cifras, lo que Rato siempre negó. El segundo acontecimiento, que fue el que provocó que Rato fuera demonizado por la mayoría de sus compañeros y amigos y que perdiera parte de los consejos de los que formaba parte, fue el caso de las tarjetas black. Cuando no se había recuperado de las consecuencias de las tarjetas opacas, se publica la noticia de que en el 2012 se había acogido a la regularización promovida por Montoro y estaba siendo investigado por el Sepblac por si hubiera cometido un delito de blanqueo de dinero.

¿QUIÉN HA SIDO?

El dinero que centra la atención son los seis millones de Lazard, que fueron precisamente los que provocaron las preguntas del fiscal Fernando Luzón, a quien no convenció la respuesta de Rodrigo Rato. ¿Quién filtró esta semana a un digital que Rato era una de las 706 personas investigadas? Evidentemente, alguien que no le quiere bien. En el entorno de Rato están convencidos de que el origen hay que buscarlo en las altas esferas del Gobierno, y solo en Hacienda o Economía podían conocer ese dato. En el Gobierno dicen estar consternados por las noticias sobre Rato. Sin embargo, la insistencia en que lo ocurrido demuestra que para el Gobierno todos los españoles son iguales ante la ley hace pensar que se estaría ante un intento de capitalizar políticamente la caída de Rato.

Como siempre, los jueces tienen la última palabra, y Rodrigo Rato espera que su imagen quede incólume pues está convencido de no haber cometido ningún delito. Mientras llega el día en que se conozca la decisión judicial, son pocas las llamadas que recibe de quienes consideraba amigos. Y lo peor es que cuando es él quien llama, muy pocos le cogen el teléfono. Le consideran apestado.

Te puede interesar