Opinión

Debates

Cuentan que dicen en Moncloa que Rajoy está decidido a debatir con quien haga falta. Pues que lo diga el presidente, no sus portavoces. No hacerlo hace pensar que no se siente muy seguro ante la posibilidad de enfrentarse con cámaras delante ante adversarios que quieren arrebatarle la presidencia.


En España, la cultura del debate entre candidatos en campaña electoral es corta en el tiempo y avara en libertades. Corta en el tiempo porque ningún presidente se atrevió a un cara a cara con su principal contrincante hasta que Felipe González aceptó el reto de Aznar. Desde entonces se ha jugado con la pantomima de que sí hay debates, pero cualquier comparación con lo que debe serlo es pura coincidencia.  


Esa cultura es avara en debates porque se elige al moderador, al que por buen profesional que sea solo le cabe el papel de cronometrador. Se pacta el escenario, las cuestiones que se deben tratar y las preguntas que en ningún caso pueden hacerse; se pacta si mesa o atril, y el alto de las sillas, mesas y atriles, el tiempo del que dispone cada contrincante para responder, la no réplica, quién empieza y quién finaliza y los equipos de cada partido supervisan a los cámaras, realizadores y técnicos de sonido.
Merecemos otra cosa. Un mínimo acuerdo es recomendable para impedir el desorden que se desencadena con frecuencia cuando aparece la pasión y la visceralidad, pero lo que vemos los españoles en eso que se llama debate es un fraude en toda regla. Merecemos conocer la cara más auténtica de los políticos, su conocimiento real de las cuestiones que preocupan,  su capacidad de reaccionar ante una pregunta inesperada, ante un problema que nunca había abordado.

Merecemos profundizar en los programas que defienden, que el moderador o el adversario traten de plantearle los inconvenientes, merecemos saber qué piensan de verdad al margen de lo que les han preparado sus asesores y gabinetes.
Hay una Junta electoral que regula la participación en los debates celebrados en los medios públicos, pero los privados tienen en cambio capacidad de preparar los encuentros que de verdad importan, con los candidatos que importan y para debatir sobre todas las cuestiones que interesan. Ahí es donde queremos ver a quienes se juegan la presidencia del gobierno pretenden alcanzarla.

También es trampa enfrentar a un candidato con tres o cuatro que no debaten entre sí sino que se afanan todos ellos en derribar a quienes es su oscuro objeto del deseo,  el que ostenta en ese momento la presidencia del gobierno, pero hay fórmulas para que no quepa el engaño.
Nada enriquecería más la campaña, nada sería más clarificador,que ver a Rajoy, Sánchez, Rivera e Iglesias debatiendo entre sí. Seis debates que, si se celebraran, serían un triunfo.  Ahí sí que tendríamos oportunidad de contemplar el rigor de sus propuestas, el balance de sus trayectorias. Ahí podríamos conocer su verdadero rostro.

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