Opinión

La guerra importante

Conflictos y confrontaciones bélicas, desgraciadamente, hay de sobra en el mundo. En unos casos nos son absolutamente ajenos, por lejanía geográfica o por distancia social, cultural y emocional, y otros en cambio nos afectan por cercanía social, cultural o emocional. La OTAN, organización de la que formamos parte desde la década de los 80, aborda en su nueva cumbre cómo reaccionar ante dos escenarios que no solo preocupan sino que angustian al mundo: el afán expansionista de Putin que en estos momentos se centra en Ucrania, y la guerra que el islamismo radical ha emprendido contra Occidente.

Esta última guerra nos concierne muy directamente, nos afecta hasta la médula. Si estamos obligados a demostrar sensibilidad ante el grave problema que se vive en Ucrania, ante el que no cabe encogerse de hombros, es aún más evidente que no se comprendería que España quedara al margen de las decisiones que se tomen en la OTAN respecto a cómo defenderse ante la yihad. Un movimiento creciente, implacable, fanático, que se ha cobrado docenas de miles de muertos en los últimos años y que acaban de cometer unos asesinatos que nos han estremecido, como las decapitaciones de dos periodistas estadounidenses y la amenaza de seguir con esa salvajada.

Ante la yihad, los dirigentes políticos no pueden apuntarse al buenismo ni sacar la palabrería pacifista que suele tener tanta aceptación en determinados sectores sociales. ¿Podríamos encogernos de hombros si fuera español uno de los periodistas degollados y decapitados?

Si la OTAN apuesta por una fuerza de intervención rápida, hay que formar parte de ella, y si la OTAN decide crear un grupo de militares expertos dispuestos a actuar de forma inmediata ante cualquier tipo de agresión terrorista, es obligado participar en ese grupo de alto riesgo. No hacerlo sería simplemente una cobardía, aparte de una absoluta falta de responsabilidad y solidaridad con quienes se toman en serio plantar cara al yihadismo brutal.

España, hasta ahora, ha colaborado en la lucha contra la yihad en la medida de sus posibilidades, tanto en las zonas asiáticas que sufren más directamente el genocidio del ISIS y las distintas siglas que disfrazan a Al Qaeda, como en las zonas africanas que no se encuentran muy alejadas de nuestras fronteras y que los islamistas han hecho suyas. Se trata de inmensos territorios desde donde organizan sus atentados, como ocurre en el Sahel, o en países como Nigeria, Mali, y otros en los que sus gobiernos no cuentan con suficientes medios para detener a los terroristas.

Se acabaron los tiempos en los que se miraba con cierto desprecio a quienes hacían seguidismo con la política intervencionista internacional de Estados Unidos. Ahora toca apoyar las decisiones de la OTAN. La guerra contra la yihad es cosa de todos. España lo sabe bien, pues ha sufrido la tragedia de ser uno de sus objetivos.

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