Opinión

No es oro todo lo que reluce

En público, todo es concordia, sonrisos y gestos de amistad. En privado, chirrían algunos engranajes. En el Gobierno de Pedro Sánchez hay dos bloques perfectamente diferenciados, el del PSOE con algunos independientes, y el de Podemos. La idea generalizada es que todo estaba suficientemente atado en el acuerdo de coalición como para que no saltaran chispas. Solo una convocatoria electoral podría provocar una ruptura, como ha ocurrido en gobiernos regionales y municipales en las que los partidos se presentarían con sus propias listas y por tanto convenía a ambos marcar distancias. Sin embargo, a un mes de formar gobierno, han aparecido algunas discrepancias. No graves, pero es sintomático que hayan aparecido en tan breve espacio de tiempo.

Un ex miembro de Gobierno socialista explica muy bien cómo funciona un Ejecutivo. Lo ha vivido en uno monocolor, no de coalición como el actual. El Gobierno no dirige la acción de diaria de sus ministros, excepto en lo relacionado con Defensa, Política Exterior e Interior, ministerios llamados de Estado y en los que no se pueden cometer errores porque sus consecuencias pueden ser graves. Nombra y cesa a los ministros, les comunica las directrices generales e interviene cuando un conflicto entre ministros puede provocar inestabilidad interna del equipo. Pero el que coordina la acción de gobierno es el vicepresidente, o los vicepresidentes si el presidente decide tener dos, habitualmente uno para la acción económica. Y cuando los problemas son entre los vicepresidentes  intenta solucionarlo el jefe de gabinete del presidente. Solo interviene el presidente si tampoco el jefe de su gabinete consigue que haya concordia y paz entre los “número dos”.

Eso significa que para un gobierno es mejor que haya un presidente que dos, a no ser que tengan sus áreas perfectamente definidas y cada uno respete la de su compañeros; pero significa también que un gobierno como el actual, con cuatro vicepresidentes, uno de ellos de otro partido, partido además que hasta hace apenas tres meses provocaba una profunda inquietud en las filas socialistas y en el propio presidente –lo confesaba él mismo-  hay que hacer un ejercicio diario de contención para que no se produzcan problemas. De hecho, los ha habido. Los está habiendo.

Desde el primer día se rumorea que las relaciones entre Carmen Calvo y Pablo Iglesias no son los mejores, Calvo intenta pisar tan fuerte como cuando era vicepresidenta única e Iglesias quiere hacer valer que se trata de un gobierno de coalición. Eso dice la rumorología, pero  si efectivamente existe rivalidad no han trascendido discusiones o choques entre ellos. Pero sí entre ministros.

Grande Marlaska dirige un ministerio especialmente sensible para Podemos y se han producido diferencias públicas. El Gobierno asumió las “devoluciones en caliente” para los inmigrantes ilegales y Pablo Iglesias reaccionó negándolas porque así se había pactado en el acuerdo de coalición,  más abierto a la aceptación de inmigrantes. 

Segundo foco importante de discrepancia es la política sobre el independentismo. Desde antes de formar gobierno de coalición Podemos defendía el derecho de los catalanes a la autodeterminación y a la celebración de un referéndum.  Ahora, con Pedro Sánchez necesitado de que los presos vivan en libertad o semilibertad para garantizarse así su apoyo parlamentario,  Podemos  quiere que el gobierno aborde una reforma del Código Penal para rebajar la condena por delito de sedición, pero los ministros socialistas, con Sánchez a la cabeza, después de analizar esa idea, prefieren buscar otras fórmulas a través de los jueces de vigilancia penitenciaria, porque  reformar el delito de sedición supone un proceso parlamentario que se alargaría en el tiempo y además existen problemas de tipo técnico que podrían impedir que el preso que les interesa, Oriol Junqueras, pudiera ser beneficiado por esa reforma del Código Penal al estar ya condenado. 

En el área de la Defensa ha provocado recelo la decisión de Sánchez de incorporar a Pablo Iglesias  a la comisión del CNI.  No están seguros de que sea una buena idea, pues los servicios de inteligencia e información trabajan con la necesidad de una confianza absoluta respecto a sus interlocutores,  y de primeras no la tienen en un vicepresidente de su trayectoria, con un historial en el que incluso cuenta con relaciones internacionales poco recomendables para quienes, entre otras funciones, están obligados a hacer un seguimiento exhaustivo de las actividades de gobierno extranjeros.

FEMINISMO DISPARATADO

Podemos es consciente de que los ministerios que ha recibido han sido “vaciados” de sus competencias más importantes. Yolanda Díaz, con inteligencia,  busca la manera de trabajar para que Trabajo tenga peso, mantiene buenas relaciones con Calviño y Montero y ha aceptado sin complejo que la abolición de la Reforma Laboral de Rajoy es mejor que se convierta en reforma de la ley de  Reforma.  Alberto Garzón en cambio, con un ministerio  inventado para él, Consumo, apenas tiene más competencias que las del juego. O al menos el ministro no ha tenido más dedicación que  promover regulaciones respecto al juego. 

Sin embargo es la ministra  Irene Montero la que, en privado, acumula más críticas por parte de los socialistas. Concretamente, de las mujeres socialistas. No han gustado sus nombramientos, eligiendo como máximos cargos a dos conocidas activistas del colectivo LGTB, muy cuestionadas en los últimos tiempos. Con Montero a la cabeza, su ministerio ha dejado de lado la promoción de la mujer, lucha histórica del PSOE, con su propio movimiento feminista, para volcarse en la promoción de los colectivos gays, lesbianas, trans o el “queer”,  que prácticamente deja la identidad sexual  como una elección sin tener en cuenta la biología ni las inclinaciones afectivas. Y que desde luego no lucha por promover iniciativas que igualen de forma activa los derechos de la mujer con los de los hombres.

No ha ayudado a potenciar la imagen de la ministra el video de su cumpleaños, que mencionan las mujeres socialistas con preocupación.  Los calificativos que utilizan, desde ridículo a vergonzoso, hacen pensar que puede ser Irene Montero la que provoque que los socialistas más sensatos exijan que se obligue a los ministros de Podemos a que se tomen su trabajo con seriedad.

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