No ha sido un debate ejemplar. Bronco, faltón, en algún caso abierto a la difamación; un debate plagado de cruce de acusaciones y, en el caso de Sánchez, con tono chulesco al responder a sus adversarios. Absolutamente contrariado por el anuncio de Ana Oramas de que cambiaba su abstención por el “no”, le hizo un llamamiento a la reflexión, lo que es lógico, pero le recordó lo que había hecho su gobierno por Canarias… y le advirtió de que la negativa podía tener consecuencias. Amenaza o seudoamenaza, similar a la que hizo al partido de Revilla.
Ha sido peculiar el debate de investidura que da paso al primer gobierno de coalición. Peculiar por la forma y por el fondo, con algunos titulares desconcertantes. Por ejemplo, que el candidato a la presidencia reiterara que hay que retomar la política frente a la judicialización. Era una forma de reivindicar el diálogo frente a los recursos ante los tribunales, pero ¿no habría sido oportuno expresar su apoyo a la justicia y la legalidad cuando va a presidir un gobierno con apoyo de un independentismo que se toma la justicia a título de inventario?
Dicho esto, Sánchez hizo una buena introducción de su discurso, inteligente, en el que aseguró que no se va a romper España ni se va a ir contra la Constitución, pero el problema es que la credibilidad del candidato es mínima.
Pronunció más veces la palabra bloqueo que España, e hizo responsable a la derecha de la necesidad de coalición con Podemos porque se había negado a apoyar su gobierno. No estuvo tan fino en su réplica a Casado como en su introducción, y se le “escapó” algo que echaba por tierra las acusaciones de bloqueo, cuando le dijo que en cinco ocasiones se había negado a distintos acuerdos que le ofrecía Pablo Casado.
Al líder de la oposición se le vio sólido en su discurso inicial y confuso en la réplica a un Sánchez que se dirigió a él con dureza extrema; Casado respondió en la contrarréplica con una contundencia necesaria para hacerse merecedor del aplauso constante de sus diputados.
El portavoz que soliviantó a Sánchez fue Santiago Abascal, que inició su discurso diciendo que “Quim Torra debería ser detenido”. El dirigente de Vox no tuvo su mejor día. Excesivamente alborotador, anunciando acciones apocalípticas en la calle y ante los tribunales contra el “gobierno traidor”. Arrimadas descalificó el discurso de Sánchez, de que defendía el proyecto que habían votado los votantes, al decir que había ido a las elecciones con un programa en el que defendía lo contrario de lo que hoy defiende con el acuerdo al que ha llegado con Podemos y los independentismo.
Fue Pablo Iglesias, no Sánchez, el que se refirió a los independentistas confesando que le gustaría convencerles de que reconsideren su posición. Se le notaba ilusionado por su futuro inmediato, pero contenido en las formas.
Exceso de preguntas sin respuesta, un parlamento excesivamente compartimentado que impedirá el debate sereno que necesita un gobierno de coalición de izquierdas supeditado a las exigencias de unos independentistas conmocionados por el acoso de los tribunales y sus divisiones internas… Y un presidente, mal que le pese, cuya credibilidad está en cuestión.