Opinión

Las relaciones personales, un obstáculo

No hay proyecto político en el que no se tengan en cuenta las ambiciones personales de los diferentes actores, el clientelismo que a veces obliga al vencedor de unas elecciones a repartir cargos entre aquellos a los que deben favores aunque no sean los más adecuadas para ocupar determinados cargos, o dar paso a miembros de su partido que se han dejado la piel para catapultarle a las alturas. Sucede en todos los países del mundo sin excepción y es incluso lógico, aunque a veces eso lleva a gobierno de leales, no a gobierno de los más adecuados, los más preparados. Sin embargo pocas veces, al menos en la España de las últimas décadas, las cuestiones personales, los resentimientos, los rencores, marcan tanto el futuro político.

Que las relaciones entre Sánchez y Rajoy son gélidas es algo de dominio público. Se han sonreído lo justo y si firmaron el pacto contra el terrorismo fue porque la amenaza yihadista hacía impensable que cualquiera de los dos se negara a hacerlo; se habría venido abajo su imagen de hombres de Estado que trabajaban pensando en el bien de los ciudadanos. Pero si desde siempre se han producido tensos y agrios debates en el Parlamento entre el presidente del Gobierno y el líder de la oposición, entre Suárez y Fraga, Suárez y Felipe González, Felipe González y Aznar, Zapatero y Rajoy, o Rajoy y Rubalcaba -Calvo Sotelo siempre se inclinó por la ironía-, desde el mismo momento en que Pedro Sánchez fue elegido secretario general del PSOE el tono de los rifirrafes entre él y Rajoy ha sido hiriente y a menudo plagado de descalificaciones personales.

El momento más ácido se produjo en el cara a cara electoral moderado por un Manuel Campo Vidal incapaz de detener la estrategia de Sánchez interrumpiendo permanentemente a Rajoy sorprendido por la virulencia verbal de su contrincante socialista, y que en un momento determinado acusó a Rajoy de no ser una persona decente. Destacados miembros del PSOE no dudaron en expresar -en privado, eran tiempos electorales- su desagrado por el tono empleado por Sánchez. Pero si esperaban que una vez celebradas las elecciones se iban a encauzar las relaciones entre los dos políticos, se equivocaban.

Primero los colaboradores de Rajoy, y después el propio Rajoy, explicaron cuáles habían sido los términos en que se desarrolló la entrevista que mantuvo con Sánchez en Moncloa a los dos días de las elecciones. El líder socialista advirtió al presidente en funciones que no tenía la menor intención de hablar con él sobre la situación política. Ni una palabra. Y no hubo conversación a pesar de que Sánchez siempre presumió de ser hombre de diálogo.

Larga charla

Curiosamente Rajoy mantuvo sin embargo una charla larga con un Pablo Iglesias con el que no coincide absolutamente en nada desde el punto de vista político pero con el que mantiene una relación cordial; y también ha hablado largamente con Albert Rivera en varias ocasiones en un tono que hacía presagiar que podía haber algún tipo de entendimiento entre el PP y Ciudadanos, pero Rivera finalmente se inclinó por el PSOE. Le convencían más los argumentos y el proyecto socialista que el del PP, sobre todo porque le producía una profunda incomodidad llegar a cualquier tipo de acuerdo con un partido que en esos días vivía nuevos y graves casos de corrupción.

A pesar de la lejanía en sus posiciones, Rivera mantiene buena sintonía personal con Rajoy, y de hecho le escribió pidiéndole un encuentro antes de que se celebre la sesión de investidura la semana próxima. Rivera tenía intención de explicarle por qué había decidido llegar a un pacto de gobierno con Sánchez, y además pretendía convencer a Rajoy de que se abstuviera en la sesión de investidura para permitir un gobierno que parase a Podemos, pero la respuesta de Rajoy fue negativa. Amable pero negativa. Lo demostraban algunas frases de la carta de respuesta que envió a Rivera: “Espero que comprendas que no pueda suscribir ese contrato de adhesión y que por tanto no vaya a apoyar a tu candidato”, utiliza el “como tú sabes” que intercambian habitualmente quienes mantienen un contacto frecuente y le dice que si Sánchez no salva su investidura “Espero que podamos trabajar juntos en ese amplio Gobierno de coalición que te propuse tres días después de las elecciones y que te pareció muy razonable, cosa que te agradecí profundamente”, finalizando con “un fuerte abrazo”.

No es el tono de alguien al que se cierran puertas por discrepancias políticas. Al contrario, es un indicio de que unas buenas relaciones personales pueden acortar distancias. En el lado de Rivera tanto él mismo como sus principales colaboradores reconocen abiertamente que es fácil mantener una buena sintonía con Rajoy, y reconocen también que el principal escollo para lograr un acuerdo de gobierno está en la imagen actual del PP, un partido aparentemente invadido por la corrupción y por dirigentes corruptos que han podido crear una red de financiación ilegal que hoy investigan exhaustivamente la Udef y la UCO por encargo de los jueces.

LOS INTERLOCUTORES

Una de las decisiones más inteligentes de Pedro Sánchez una vez que tomó la decisión también inteligente de potenciar su alicaída figura proponiéndose como candidato a la presidencia -paso que previó Rajoy, que calculó que la única posibilidad que tenía de sumar los votos necesarios para seguir siendo presidente solo podía darse si previamente fracasaba Sánchez en el intento- fue la elección de los miembros de su equipo negociador.

Seis hombres y mujeres de talante abierto, pero sobre todo incluyendo en el grupo a una persona que lleva años llevando personalmente los asuntos más delicados que el PSOE necesitaba acordar con el PP. José Enrique Serrano, solo hoy bien conocido por la opinión pública, es mucho más que ex jefe del gabinete de la presidencia de Felipe González y de Zapatero. Mucho más. Sin él no habrían sido posible muchos de los acuerdos a los que llegaron los no siempre bien avenidos PP y PSOE. Cuestión de experiencia, de carácter … y de capacidad para establecer una buena sintonía personal incluso con sus más duros interlocutores.

La semana próxima los actores del complicado escenario político se verán las caras en la sesión de investidura de Pedro Sánchez. Excepto Rivera, el líder socialista se encontrará enfrente una decena de dirigentes que tratarán de echar por tierra su proyecto de gobierno. Es lo que corresponde a una sesión de esa envergadura. Pero además de los argumentos con los que intenten descalificarle se podrá advertir, con toda seguridad, cómo afecta al debate la animadversión hacia otro u otros que sienten algunos de los intervinientes.

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