Opinión

Sánchez, dos años al frente del declive

Una de las figuras más destacadas del complicado escenario actual de investidura, Pedro Sánchez, cumple aniversario al frente de su partido. Y no es precisamente un aniversario que pueda celebrar con una imagen potente y con futuro prometedor.

El 27 de julio de 2014, hace dos años, el auditorio del hotel Convención, en las afueras de Madrid, se rompía a aplausos para celebrar el inicio de la etapa de Pedro Sánchez como secretario general del partido en un congreso que no había hecho más que ratificar el resultado de las primarias: Sánchez había ganado a su adversario Eduardo Madina gracias fundamentalmente al apoyo de Susana Díaz y la poderosísima federación andaluza.

Díaz dudó durante un tiempo, pero finalmente se inclinó por el candidato madrileño, un práctico desconocido hasta un año antes, cuando su “padrino” Pepe Blanco, que lo “crió” en su gabinete junto a Oscar López y Antonio Hernando, empezó a mover hilos para que se convirtiera en el siguiente secretario general. Preveía, como ocurrió, que Rubalcaba dimitiría tras el previsible pobre resultado que tendría el PSOE en las elecciones europeas de junio del 2015. Como primera medida para promover a Sánchez, Blanco contacto con diversos periodistas a los que explicaba las excelencias de su “pupilo” e incluso concertaba citas para que conociera a quienes son considerados creadores de opinión. Hoy las relaciones entre Sánchez y Blanco son inexistentes.

Los aplausos del hotel Convención no ocultaron sin embargo que el entusiasmo era más superficial que sincero. Un veterano socialista, de los que formaban parte del equipo más cercano a Felipe González, hombre importante en la historia del PSOE, comentaba al salir del plenario “¿Con esta ejecutiva se va a relanzar el partido? Pero si son penenes, si no hay más de media docena de personas con una mínima experiencia política, y no digamos experiencia de gestión… ". Seguro que en esa ejecutiva de miembros efectivamente novatos en el juego de la política, pocos conocían el término pepene. Demasiado jóvenes. Demasiado inexpertos. Ahora, cuando han pasado dos años desde aquella fecha y un sector relevante del PSOE defiende que se debe celebrar cuanto antes el congreso para elegir una nueva ejecutiva, se demuestra que aquel viejo rockero de la Transición tenía razón. Había vivido mucho y tenía buen ojo clínico. El que faltaba a los que llamó penenes.

En estos dos años Pedro Sánchez ha cosechado dos hitos difíciles de superar: en las elecciones del 20 de diciembre, las primeras en las que se presentaba como candidato a la presidencia del gobierno, consiguió el peor resultado de la historia del Psoe, después de que ese dudoso mérito lo tuviera Rubalcaba, que recibió en las urnas el castigo que iba dirigido a Zapatero. En sus segundas elecciones como candidato a la presidencia del gobierno, el pasado 26 de junio, tuvo el peor resultado conseguido hasta entonces por el PSOE, superando, a la baja, su anterior marca. No es Sánchez el único responsable de ese fracaso clamoroso, con toda seguridad ha tenido que ver con el hecho de que no contó con el equipo adecuado, sobre todo con el secretario de organización que se necesitaba para aquel momento difícil.

El riojano César Luena no conocía el partido en profundidad y no consiguió además ganarse el respeto de los dirigentes regionales, que se quejaron desde el principio de su escasa cintura y de su empeño en imponer su criterio, lo que provocó varios conflictos que en la mayoría de los casos los barones prefirieron soslayar para no hacer más daño al partido. Hoy su relación con Sánchez no es tan fluida como hace dos años, y personas del entorno del secretario general confiesan incluso que es mala, para añadir, en defensa de Sánchez, que le hizo secretario de organización a instancias de Susana Díaz, una forma de intentar pasar “el muerto” a otras manos.

No se puede hacer un balance de los dos años de gestión de Sánchez sin destacar el papel de la presidenta andaluza en estos dos años. No tardó mucho en marcar distancias con el secretario general en cuando advirtió que el movimiento crítico a Sánchez era creciente; y las marcó más todavía cuando desde algunas “baronías” y varios históricos del partido empezaron a defender la idea de que era ella, Díaz, la que debía hacerse cargo del partido cuando se celebrase el congreso.

Díaz se dejó querer, en ocasiones con pautas de las que se podía deducir que estaba dispuesta a dar el salto y en otras mostrando una reticencia absoluta a abandonar su feudo andaluz. Una actitud que ha provocado desazón, inseguridad y, también, irritación, porque el partido no está para ambigüedades. Y que desde luego provocó que la relación entre Díaz y Sánchez fuera muy tensa,.

El malestar fue más evidente, y más abierto también, tras las elecciones de diciembre y la negativa de Sánchez de llegar a pactos a con Rajoy. Sn embargo había gente relevante del partido que defendía ese pacto, de forma que el PSOE facilitara la investidura para pasar a continuación a hacer una oposición dura pero apoyando al gobierno en las cuestiones de Estado. Pensaban destacados miembros del PSOE que de esa manera se neutralizaba a Pablo Iglesias una oposición que se adivinaba teatrera y que demostraría su poca talla política, y así se podría relanzar un Psoe como partido serio capaz de asumir nuevamente responsabilidades de gobierno. No quiso Sánchez, pero en honor a la verdad hay que insistir en que el comité federal del PSOE dejó muy escaso margen de maniobra a Sánchez, pues le negó la posibilidad de apoyar a Rajoy o de pedir apoyos a los partidos independentistas. Líneas rojas que estaba obligado a cumplir.

Rajoy rechazó la oferta del rey de ser candidato al considerar imposible la investidura. El rey no se lo ofreció por segunda vez. Sánchez le dio a entender en la segunda ronda de conversaciones que él aceptaría la propuesta, y don Felipe ya no volvió a ofrecer la candidatura a Rajoy, sino a Sánchez. Y empezó el calvario, la peor etapa de la vida de Sánchez como secretario general. La más cruel, pues fue víctima de un Pablo Iglesias que le toreó todo lo que pudo y le hizo abrigar falsas esperanzas de llegar a acuerdos de gobierno. Aunque también en honor de la verdad Iglesias siempre dijo que jamás negociará nada con Ciudadanos dentro, y Sánchez sin embargo firmó un pacto con Ciudadanos que, a la postre, echó por tierra sus ansias de convertirse en presidente. Pedro Sánchez pensó seriamente que lo tenía al alcance de la mano, y la decepción fue total. Aunque quedaba aún una última estacIón del vía crucis: un nuevo resultado electoral penoso, que intentó convertir en éxito al no haberse producido el anunciado sorpasso de Podemos.

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