Opinión

A Sánchez no le apasionan los históricos

Pedro Sánchez ha iniciado la semana con un intento de que se visualizara la unidad inquebrantable del PSOE. Intento fallido. El anuncio del secretario general socialista de que se iba a inaugurar a mediados de marzo una "escuela de gobierno" con participación de los ex secretarios generales del partido y varios de sus dirigentes territoriales más destacados, se ha quedado en nada tras el "episodio" Elena Valenciano.

Valenciano tenía muchas posibilidades de hacerse con la presidencia del Grupo Social Demócrata Europeo, el segundo más relevante del Parlamento Europeo tras el conservador PPE. Ha sido eurodiputada muy destacada en dos periodos separados por los años en los que formó parte del equipo de Alfredo Pérez Rubalcaba como vicesecretaria general del PSOE, y en esta última legislatura ha sido sin duda, junto a Ramón Jáuregui, los socialistas españoles más acreditados en la Eurocámara. Tenía buenas cartas para convertirse en la presidenta del GSD sustituyendo al carismático italiano Pitella, que ocupará un escaño en el Senado de su país, pero le fallaba la principal: el apoyo de la actual dirección de su partido. 

Sánchez le puso el veto abiertamente con un argumento ridículo de que solo podría ejercer durante un año porque se acababa le legislatura. No le creyó nadie y, por otra parte, su credibilidad quedaba muy disminuida porque si Valenciano no era la elegida lo sería un alemán, lo que echaba por tierra la imagen de un Sánchez que suele justificar la incomprensión ante algunas de su decisiones con el argumento de que él siempre busca la promoción de una mujer. Es lo que ha dicho, por ejemplo, para explicar lo que parecía inexplicable, la falta de respaldo del PSOE a Luis de Guindos para hacerse con la vicepresidencia del Banco Central Europeo. Con el veto a Valenciano, Sánchez ha demostrado, una vez más, que ni olvida ni perdona: han sido eliminados de la primera fila del partido los que apoyaron en las primarias a Eduardo Madina y a Susana Díaz cuando lucharon contra Pedro Sánchez por la secretaría general. Valenciano fue abanderada de las causas de Madina y Díaz y formó parte del equipo de Javier Fernández durante los meses que presidió la gestora que se formó cuando Sánchez se vio obligado a dimitir tras el tumultuoso comité federal del 1 de octubre de 2016.

Al recuperar la secretaría tras ganar a Susana Díaz, rodaron cabezas en la sede de Ferraz. Lo hizo Sánchez sin complejos, sin piedad. No solo señaló la puerta de salida a socialistas de importante trayectoria, sino también a funcionarios que no habían cometido más pecado que obedecer las instrucciones de quienes no apostaron por Sánchez. Entre los que se inclinaron por Susana Díaz se encontraban los cuatro ex secretarios generales del partido, Felipe González, Joaquín Almunia, José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba.

Los colaboradores de Sánchez explican que solo Zapatero cuenta con la estimación del actual secretario general pues, nada más ser reelegido secretario general tras ganar las primarias, el ex presidente de gobierno le llamó para ponerse a su disposición y decirle que contara con él para todo aquello que fuera necesario. Lo que no hicieron los restantes, aunque Sánchez guardó sus recelos para dos de ellos, Felipe González y Rubalcaba, más activos en su defensa de Díaz, mientras que Almunia tuvo un papel testimonial en la lucha por el poder, puesto que sus años de comisario europeo le habían apartado de la política de partido y, de regreso a Madrid, se ha mantenido en un discreto segundo plano.

LA ESCABECHINA

A Sánchez no le tembló la mano para deshacerse de quienes procedían de equipos pasados, empezando por Antonio Hernando, al que no perdonó que siguiera siendo portavoz parlamentario del PSOE cuando él perdió la secretaría general. Prescindió de él a pesar de su larga experiencia y su prestigio, para nombrar a una diputada que no era militante del partido, Margarita Robles, pero en la que tenía depositada toda su confianza pues pertenecía al escaso grupo de personas que le habían ayudado en la campaña de primarias. Con el transcurso de los días fue apartando a un segundo plano a quienes habían apoyado a Susana Díaz, hasta el punto de que Madina decidió abandonar su escaño y la vida política al darse cuenta de que Sánchez abortaría cualquier intento de tener algún tipo de influencia en el partido. 

La actitud de Sánchez provocó un alejamiento total de las personas que habían formado de la mejor historia del PSOE, las de los gobiernos de Felipe González y, en algún caso, también de algunos de los hombres y mujeres de confianza de Zapatero. José Blanco, por ejemplo, que sin embargo fue quien sentó las bases para que, contra todo pronóstico, aquel joven economista que había iniciado su carrera política en su gabinete cuando era vicesecretario general del PSOE, fuera lanzado a la candidatura para la secretaría general del PSOE. Blanco fue el impulsor necesario de Sánchez desde Ferraz, pero hoy apenas se habla con el secretario general.

Hecha la "limpia" en el partido, no siempre con éxito pues algunos de los históricos contaban con el respaldo de la militancia –Ximo Puig o el aragonés Javier Lambán, entre otros- Pedro Sánchez dio un giro total a la actitud mantenida en su primer mandato –"he aprendido de los errores cometidos", suele decir- y además de respaldar a Rajoy en cuestiones de Estado como las relacionadas con el independentismo catalán –además de apoyar el 155, aportó importantes sugerencias sobre su aplicación-, pensó que era el momento de trabajar por la unidad del partido. 

Le gustó comprobar que defender patrióticamente los intereses de España favorecía su imagen como dirigente político, así que por convicción o por conveniencia –solo él lo sabe- pensó que el PSOE, y él mismo, saldrían reforzados si conseguía sumar a aquellos que habían sido un referente en el PSOE que ganaba elecciones.

EL PASADO, PASADO ESTÁ 

Hubo intermediarios que buscaron ese acercamiento, que se resistía, hasta que finalmente Felipe González y Pedro Sánchez almorzaron en un restaurante madrileño. Hablaron de Cataluña, del gobierno de Rajoy, de la situación del PSOE, de Ciudadanos, de Podemos y del aparente declive del PP, y en ese diálogo sincero pusieron las cartas boca arriba. González se mostró dispuesto a colaborar en lo que hiciera falta, aunque lo dijo sin excesivo entusiasmo. Sánchez le agradeció la mano tendida pero le hizo la reflexión de que, sin renegar del pasado, consideraba que el pasado era pasado. Más claro agua. Sin embargo, Sánchez comprendió que era importante para potenciar el PSOE que se visualizara la unidad interna y, tras un cambio de impresiones con su equipo más cercano, del que Ábalos es la baza principal aunque Adriana Lastra es orgánicamente la número dos del partido, surgió la idea de crear una "escuela de gobierno", que Sánchez anunció públicamente en una entrevista con Susanna Griso. La imagen de unidad interna estaba lanzada. Pero se anunció sin contar con los protagonistas, que eran sobre todo dirigentes del pasado del que tanto recela Sánchez.

Ábalos llamó a Rubalcaba para que participara como ponente en la primera convocatoria de esa escuela, pero Rubalcaba respondió que le daría respuesta cuando tuviera más datos sobre qué era exactamente, qué pensaban hacer en las jornadas inaugurales y con quién. Tampoco Felipe González ha confirmado su asistencia, ni Susana Díaz, ni Abel Caballero, el alcalde de Vigo que convocó a los alcaldes socialistas de toda España para participar en un acto público de respaldo a Susana Díaz unos días antes de las primarias. El proyecto de Sánchez quedaba disminuido respecto a lo anunciado, aunque falta un mes para que se inicie esa "escuela de gobierno" y de aquí a entonces quizá mejoren las relaciones de Sánchez con algunos de los invitados a participar. 

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