Opinión

Se lleva la bronca

Lo inteligente es apostar por el sosiego y la actitud positiva cuando vienen mal dadas. La desgracia se hace más llevadera  con un buen clima alrededor permite afrontar los problemas  con la cabeza en la mejor disposición para tomar decisiones bien pensadas. Sin embargo el Spain is different del franquismo  ha reaparecido y mientras en otros países  los dirigentes políticos se inclinan por buscar acuerdos que faciliten la lucha contra las consecuencias de la pandemia, aquí se tiran los trastos a la cabeza con  unas palabras tan hirientes que cualquier madre de familia se vería obligada a llamar la atención al hijo que las pronunciara.

Rufián fue adalid de la malsonancia  hasta que en una de las cenas en las que los periodistas parlamentarios entregan sus premios, la entonces presidenta Ana Pastor se tomó tan a broma las intemperancias del diputado de ERC, que desde entonces se le vio más como una caricatura que como un diputado dañino para las relaciones entre partidos, que exige al menos respeto mutuo incluso en el fragor de la batalla. Luego Rufián se convirtió  en portavoz de su grupo y cuidó  las formas, aunque lanza dardos envenenados. En los últimos tiempos le han salido rivales  en ver quién se lleva el galardón al parlamentario más batallador, y entre Cayetana Álvarez de Toledo,  Pablo Iglesias y Adriana Lastra, la política española se ha convertido en una pelea de gallos, un circo en el que se degrada sistemáticamente la vida política.  

Cuentan en el PP que cuando Casado le ofreció a Cayetana ir en las listas ella se resistió, y finalmente le puso una condición: que la dejara ser ella misma, que no le pusiera cortapisas, que la dejara ejercer  su trabajo de la forma que ella consideraba adecuada. 

Cuentan en el PSOE que  Sánchez no solo siente un agradecimiento infinito hacia Lastra porque fue una de las apenas docena de personas que le apoyaron incondicionalmente cuando decidió  batallar para recuperar la secretaría general, y que además disfruta con la mala baba que destila contra sus adversarios cuando ejerce de portavoz parlamentario. Y cuentan también en el PSOE,  que no en Podemos, que Iglesias necesita hacerse presente de forma permanente, de ahí que se desate dialéctica y gestualmente en los debates parlamentarios o que se adjudique medallas que no le corresponden. Es  insaciable a la hora de buscar protagonismo.

Todo ello coloca en primer plano a estos tres diputados y a alguno más, lo que alimenta sus  egos  aunque  no siempre contenten a sus respectivos partidos. Pero en cambio convierte la vida política en un guirigay, en un escenario en el que la bajeza es la principal de las cualidades.  

Que eso ocurra cuando un país atraviesa el momento más crítico de sus últimas décadas,  hay temor a un rebrote de pandemia, se sufre la angustia por la pérdida masiva de empleo y ha reaparecido el hambre, es sencillamente vergonzoso. 

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