Opinión

Capotes de San Isidro

España llega a San Isidro 2019 siendo el tendido del siete, ese altavoz de la plaza desde donde se estimula la concesión de orejas y rabos ganando favoritismos a voz en grito. Es momento de tender capotes, dentro y fuera de la arena, y el coso es el teatro representativo. Estamos en situación más que delicada para el sector que pasa la travesía del desierto con esperanza de subsistir y vencer las perspectivas desasosegantes. 

Clarines, timbales y paseíllo cotizan con veneración en el Ibex madrileño y suben el turismo de mayo en la capital de España porque suena la plaza de Las Ventas como coliseo romano en sus fastos dionisíacos; pero hoy a diferencia de la falta de pasión y sacrificio quedan vacías las localidades al sol. Cataluña fue el centro del toreo español y hoy concita sensibilidades desde el coso barcelonés de Las Arenas convertido en centro comercial. Tres plazas barcelonesas recuerdan que el toro es históricamente un Dios, un símbolo de fertilidad y poder natural como objetivo de veneración desde Mesopotamia Egipto, Grecia y Roma. Madrid sigue la gloria, cerrada en la Ciudad Condal, y mira al símbolo astral y funerario del cornudo animal recordando que está por encima de cualquier otro hasta elevarlo a la cúspide en valoración social y económica. 

La bestia taurina de sacrificio es herbívora y por excelencia el animal que ha contribuido con su trabajo a obtener frutos de la tierra; ese animal en bravo llega de la dehesa a San Isidro para mostrar bravura y casta y llena los carteles con novilladas, corridas menores y espectáculos de rejones.

Las Ventas del Espíritu Santo presenta para estas fiestas madrileñas cinco semanas de cinco corridas de toros cada una a las siete de la tarde con matadores que quieren la gloria, matadores que la tienen y matadores que la han tenido. La fuerza de los toreros está en la cabeza, ahí donde reina el dicho “ni me quitas tú ni me quito yo”. Es momento de desmitificar que el toro se tira al rojo porque lo que hace es cumplir su cometido de embestir donde hay movimiento. El rojo se tomó para disimular la sangre pero sí, señores, el toro distingue los colores pero no se tira a la barrera ni al burladero pintado de rojo.

Pocos hablan hoy a los toros y les dedican frases afectivas; pero la cátedra taurina hace gala de lo importante de la dulzura en las palabras dirigidas al contrincante de la dehesa. El objetivo es conseguir que vaya a la muleta, y no sólo que vaya sino que repita y que después de una buena faena el toro pida la muerte. Es Historia de nuestro país y sino que se lo digan a los que colocan el perfil altivo de este animal en la bandera española.

En el lado oscuro de la fiesta está el mensaje lanzado como que es vergonzoso ir a los toros achacando a estos de fachas, torturadores y mala gente. Igual que se ataca a los bancos o al empresario de Zara se desacredita a los toros. Esta cultura global nos lleva a pensar que es momento de parar, templar y ligar. Hay que entrar al quite y dejar los miedos fuera sin olvidarse que estamos en el tiempo en que hasta los toreros corren para atrás.

El toro es combativo y el trapío, la apariencia, engaña. Mejor menos capote y más muleta. Como la vida misma, ¿no les parece?

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