Opinión

Publicidad para trinchera

Las preocupaciones españolas están claramente al alza. El test de lo que nos espera no acaba de dar su veredicto y nos inquietamos por alcanzar lo que tuvimos cerca. Se nos ha ido la libertad y tristeamos en horario de verano el consumo de las horas. La presencia de la  publicidad recuerda la vida de lo que hoy  está congelado y repite en código comercial que  la película Blade Runner es ciencia ficción. 

Esta tregua al consumismo llega cuando la mitad de los ingresos de publicidad de los diarios tradicionales ya  no es de ellos sino de sus ediciones digitalizadas. Los periódicos económicos y los deportivos han sido los primeros en realizar esta transición; mientras los generalistas y, en especial, los regionales mantienen en papel los ingresos provenientes de los anuncios.  Son once los grandes diarios nacionales que suponen más del cuarenta por ciento de la difusión y  para ellos ya más de la mitad de los ingresos por reclamo comercial les llegan de los digitales, que persuaden con las mismas estrategias. El mundo de la publicidad ha cambiado poco, sobre todo en lo que respecta a la creatividad. Los formatos audiovisuales en Internet llegan a más personas y no sólo la empresa se comunica con el público de forma directa porque se publicitan personas, empresa,  universidades, ONGs, asociaciones, iglesias… Hoy hay interacción con los usuarios no como cuando nació en los años noventa. En 1993 se podía hacer clic en los primeros anuncios y no fue hasta el 2000 que  vimos el marketing digital parecido a lo que conocemos.  Con la llegada de la web 2.0 cualquier persona se convertía en productor de contenidos, es decir, pasamos de comunicación de única vía en la Web 1.0 a Web 2.0 comunicación de múltiples vías.

En este encierro, provocado para protegernos de algo que no vemos,  lo que podíamos tener al alcance ya no está aunque la publicidad cumple su cometido de que la repetición construye realidad. Insiste tanto que empezamos a verla como una encarnación de lo que no va a volver a ser igual después del coronavirus. El tirón de diagnóstico abriga una reserva instintiva, una mezcla de resignación y de reflexión existencial. Nos empeñamos en escribir a mano y preparar un buen café, sin aparatos de capsulas de sabores; pero los ordenadores son la publicidad de un mundo que abriga suspiros de profundidad épica, de energía súbita en la sonrisa y de entusiasmo relativo.

Los problemas reales e importantes como el que estamos pasando nos han hecho olvidar el juego de la oca en Cataluña y vemos como el signo de las banderas ha abandonado los informativos. Al tiempo, se nos ha puesto sobre la mesa el lema “no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita”.

No vayamos a estar construyendo una línea Maginot como los franceses para protegerse de Hitler. Conviene recordar que tal fortificación se desplomó antes de derribar a un solo soldado enemigo porque la invasión llegó por flancos belgas. Desde el bunker y trinchera coronavirus el avance sugiere que  las restricciones están funcionando. La publicidad sigue haciendo su trabajo y a veces nos lleva al pensamiento de Plinio el Viejo cuando escribía que los elefantes temen a los ratones.

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