Opinión

Año nuevo trampantojo

El año viejo es un frasco grande lleno de canicas. Las bolas son de diferentes colores. Hace bien poco que le he puesto su corcho marrón y lo he guardarlo en la alacena, al lado de las latas de anchoas, de las aceitunas y del ketchup. Creo que tendré que revisar esta costumbre mía de guardarlo todo. Porque un año terminado me dirán que no sirve para nada. Su caducidad es evidente. Podría incluso suponer un riesgo notable el intentar consumirlo fuera de fecha. Entiendo que sería un material incluso nocivo.

Lo pasado, pasado está y para nada sirve ya. Pero me resisto a tirarlo a la papelera. Cómo abandonar en el balde de la basura cada uno de tus besos del año pasado, o cada una de tus regañinas que te marcan esos hoyitos en los mofletes y que me vuelven loco. Lo que me hicieron reír tus absurdas y complicadas ideas fijas, o esa mirada que me perdona cuando de manera furtiva vigilas si te estoy haciendo caso. O el taconeo de tus zapatos nuevos en las rebajas. O ese jersey que estás a punto (bien dicho “a punto”) de terminarme, pero que siempre tiene una manga un casi nada más larga.

Ya me dirás cómo olvidar Lisboa y ese mar interminable, o Viveiro y esa comida riquísima que nos costó un pastón por culpa de la cara de tontolabas que tenemos, o el rey que era un león que se paseaba por Madrid mientras tú y yo nos comprábamos toda la lotería de Doña Manolita. Y no podremos olvidarnos tampoco de nuestras reuniones  amables con la gente que queremos. Envolvamos en celofán esos cariños de los amigos y pongámoslos con aquellos tulipanes de porcelana que tanta gracia te hacen sobre el aparador de nuestra casa del pueblo.

Ahora, está ante nosotros un nuevo año. Es bonito este número, un veinte veinte, que se abre delante de nosotros como el cuaderno de un niño de primero de primaria para que lo llenemos, no de proyectos que de eso tenemos, no de ilusiones, que no nos faltan, sino de realidades  guapas. Tengo la sensación, al verlo tan limpio, de que estoy ante la puerta de la casa de mi madre y ella aún me avisa: que no me lo vayas a pisar que me costó mucho sacarle brillo. Entonces entro despacio en el nuevo año, de “puntetas”, para no estropearlo y hollarlo con los pies llenos de barro, aquel que me traje del campo en el que llevo luchando desde que empezó el partido.

A lo mejor, aunque me lo has prometido, no vas a dejar de fumar. A lo mejor no te vas a poner a las siete de la mañana a estudiar una horita esa oposición. A lo mejor no vas a ser capaz de abandonar esa costumbre insana de comerte esas patatillas mientras persigues en la tablet ese personaje insufrible de tu serie favorita. A lo mejor no vas a ser capaz de cambiar…Y sabes lo que te digo: que me alegro. No me alegro, claro, de que faltes a tu palabra para contigo misma, sino que me hace mucha ilusión de que no cambies en nada, ya que, aún así, eres mi humana preferida, caramba.

Vivir cada día nuevo, impoluto, es una oportunidad única. Irrepetible. Tal vez no se produzcan hechos extraordinarios, o sí, pero será genial vivir. También lo es el ver cómo la luz, unicornio translúcido, entra galopando suave al abrir tu ventana.

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