Opinión

Aún viven tus mariposas

Aquel padre superó el duelo a base de inventarse sonrisas para ellas, a base de inventarse comidas riquísimas e infantiles y a base de mezclar el corazón herido con el yodo curativo de las miradas ingenuas y límpidas de las dos pequeñas. 

Muy pronto se inició el tiempo de las preguntas y el señor Amín se las contestaba todas. Pasado un tiempo se las contestaba casi todas y pasado no más de un año, contestaba algunas y no sin titubeos. Llegado a este punto las reunió a aquella hora de la tarde en la que la noche iba apagando paulatinamente las cosas. Ellas habían vuelto a casa dejando en el aire la piedra, la tiza y las ganas de saltar a la rayuela.

Desde ahora, queridas hijas –dijo el padre– he encargado al hombre de la barba blanca que sea él quien responda a vuestras preguntas. Es un sabio y vive en la casita de madera, en las curvas de Larouco, en la montaña. Él siempre va a saber responderos y quedaréis muy contentas. Así lo hicieron y como el hombre barbado era simpático a él acudían a saber todas las respuestas. Pero ocurrió que, pasados algunos años, llegada la adolescencia, ese tiempo en el que las preguntas son más pequeñas pero las respuestas más complejas, ellas retornaban poco complacidas. Ha de saberse que quienes son adolescentes comienzan a sentir un notable enfado frente a la sabiduría impertinente de los mayores. 

Siendo así se confabularon y maquinaron preparar una pregunta que le fuese imposible contestar al ya anciano y decrépito sabio.

Ya sé la pregunta –dijo Rebeca–con la misma alegría desbordante del que encuentra una amanita cesárea en el prado del arroyo. Y poco a poco urdieron la estratagema. Ya se sabe que una estratagema es como un tapiz lleno de vericuetos, trochas y senderos del pensamiento abominable.

En este momento es fácil ver la mariposa azul volar preciosa en el bosque. Yo… la cogeré. Y yo… la envolveré en mi mandil. Sí y haremos la pregunta al viejo: ¿Está viva o muerta la mariposa? No tiene escapatoria… si dice que está viva yo apretaré mi mandil y… se habrá equivocado porque habrá dejado de estar viva. Si por el contrario dice que muerta… abriré mi trapo y volará viva.

A aquella hora las viñas de Larouco eran la capa verde con la que el pueblo se tapaba del relente de aquella noche que se iniciaba serena. Las chicas habían caminado el rudo feldespato que iba, venía y se doblaba en las sinuosas curvas de la montaña.

Ellas hicieron la pregunta trampa: ¿viva o muerta?

Contestó, pausadamente, el hombre de la barba albar: Tenemos en las manos la vida y la muerte. Depende de lo que queráis. Si queréis que la muerte sea el final  sólo habréis de desearlo. Todo puede terminar. Podéis creer que este insecto está acabado terminado, malparado y habrá muerto. También podéis  –concluyó el sabio– creer que sigue vivo, vigente y volátil. Sois  dueñas de vuestras mariposas.

La mente de las jovencitas se marchó rauda al recuerdo, ya minúsculo, de la madre siempre ausente y la desearon viva.

En ese momento una pléyade de mariposas se despegaron de las abundantes flores del cementerio frígido y se perdieron azules en el cielo, también azul. Era el uno de noviembre, el día… de los santos muertos.

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