Opinión

Bachillerato superior

Se ha comparado el bachillerato actual con el que vivimos nosotros. Siempre a nuestro favor. Leamos sin complejos esta crónica gamberra.

El profesor de ciencias entró con sumo cuidado en el tema de genética: “Por eso es un inconveniente grandísimo que se casen primos con primos pues podrían ocurrir malformaciones o problemas mentales en el recién nacido. De todas formas no pasa siempre. Fíjense ustedes… yo mismo soy hijo de primos y ya ven”. Sonó el timbre para el cambio de clase y apagó las risas de aquel montón de bachilleres que gritaron al unísono “ya vemos, ya vemos”.

El uso de laboratorio era agradecido porque en él, aparte de los matraces, de las pipetas, de las buretas y tubos de ensayo estaba el empleo con ciencia y atención de aquellas probetas en las que practicábamos mezclas en la proporción que nos daba la gana y siempre provocaban una explosioncilla que nos agujereaba los pantalones vaqueros. Aquel profesor del que ya hemos contado se esforzaba mucho y decía continuamente: “ácido más base igual a sal más agua”. No tenía tanta suerte en la descripción de ensayos y así cuando decía: mezclando este líquido con éste nos dará uno de color verdoso. Entonces siempre se producía la hecatombe porque la mezcla nos daba un líquido rojo o azul marino. Pero las desgracias no siempre vienen solas y un día apareció el ya avisado líquido verdoso. Se sintió muy orgulloso y mandó pasar aquella probeta por toda la clase. Fuimos pasándonos aquella maravilla de la ciencia. Siempre hay un chistoso y acercando aquel objeto básico a la boca le soltó un pollo, vamos… un escupitajo. Y siguió pasando por unos u otros hasta que llegó, de nuevo, al profesor que observándolo y tras un silencio digno de la ocasión apostilló: “Hay que ser honestos. Yo sabía que daría un líquido verde, pero… esta reacción química no la conocía”. 

A mí, curiosamente me encantaban las matemáticas y le debo aquel gusto a la influencia de mi padre que buscaba la exactitud evitando los “puede ser”. Mis amigos los filósofos, los teólogos, los psicólogos van, vienen, vuelven a ir, vuelven a venir y me producen el efecto del péndulo en la hipnosis: me terminan embobando. En cambio las matemáticas son exactas, perfectas porque no admiten discusiones, a no ser en la báscula de los tenderos.

Hablaré, pues de las matemáticas. Recuerdo aquel chavalín flaquito que tenía muchas “r” en el nombre y apellido. Que por culpa de esa bobada sufría más que un discreto bullying. Vivía bastante azorado, como suele ser habitual en esos casos. Lo llamó a una representación espacial de figuras geométricas. ¡Pinta un cubo! El chico temblando fue diseñando lo que le pidieron, un cuadrado, otro, la unión de las aristas… No le había quedado mal, pero el profesor puntilloso por hacerse el gracioso le espetó: “Ahora ponle el asa”. Se admiró el pobre chico. Asustadito tomó fuerza y le contestó gritándole: “Píntela usted y después coja ese caldero y váyase a freír espárragos”. El aplauso al chico enclenque fue generalizado. 

Ahora que las cosas de este país van como van, recordaré como positivo aquel pensamiento que nos repetía el tal de matemáticas con frecuencia. “Para tiempos de crisis las dos mejores carreras son la de barbero y la de clérigo”. (Peluquera o monja).

No le hicimos caso y… así nos va.

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