Opinión

Blister

Poco a poco la van cercando. El montón de miedos  están apostados detrás de todos los objetos, debajo de la escalera, debajo de la butaca del cine, dentro de la pantalla del ordenador, dentro de cada libro. La mujer joven  tiembla.

No es de aquí, pero tampoco de allí. No es de ninguna parte. Vive secretamente, escondida a saber dónde. Es tan silenciosa que se diría que es una pluma imposible del ave del paraíso.

El ruido podría traicionarla, asfixiarla, demacrarla, desmoronarla, y atraparla. La mujer joven tirita.

Es invisible, no se la ve y eso le gusta porque la oculta. Por la acera la gente va y viene y se queda pasmada frente al escaparate. Al llegar a casa esa gente hablará mucho, mucho, de aquel abrigo verde que vieron tan bonito, tan coqueto.  Pero de ella no hablarán, a ella no la habrán visto. Total…esa mujer joven no existe.

Va asumiendo lentamente esta atmósfera, esta forma de de amanecer y de oscurecer, esta manera de caminar deprisa, de viajar deprisa, de pensar deprisa, de saludar a prisa, de comer a prisa.

Sube al autobús, se agarra a los tiradores y mira… siempre lo hace… al suelo. El autobús da órdenes: prohibido hablar con el conductor, prohibido escupir, prohibido, prohibido... En el transporte urbano, desde las ventanillas, la ciudad  es una película  en un viejo proyector NIC para niños, que se mueve con gentes que van o que vienen, con coches echando humo, con gendarmes antiguos y con taxis modernos. El sol entra a veces y se cuela sobre la calva del hombre de la chaqueta a cuadros y a veces ya no está, se va por la ventanilla, y vuelve cuando quiere y al conductor le da en los ojos. Es un viaje de un euro y veinte céntimos. Un viaje corto, insignificante, que ella aprovecha para respirar.

La mujer joven va al médico. La mira, va al vademécum, garabatea en un papel pautado. Vuelve a mirarla. Una píldora después de cada comida. El siguiente -dice la enfermera- con esa voz insípida. Tiene ganas de llorar pero no lo hará. Es estúpido llorar. Tiene que ser una mujer fuerte…quiere… ser fuerte. Pero no sabe, ella es blanda, apacible. El corazón, acolchado, sin embargo se le vuelve loco. 

Un bebito se suelta de su madre y corre hacia ella. Admirada acepta aquel caramelo ya toqueteado por el niño. ¡Hola! Gracias. Sus ojos son preciosos como un atardecer de abril. La mujer joven se estremece. 

¡Ah! La receta de sus pastillas. Irá a la farmacia, las pagará, se las darán en una minúscula bolsa de celofán. Abrirá la puerta de casa con el llavín desgastado. Lo depositará sobre la cómoda. Irá al servicio. Sacará las pastillas del blíster, todas juntas, las pondrá en su mano y las mirará. Podría poner el fin a todo. Tienen el aspecto  de un billete hacia ninguna parte.

Está cansada. Hace tiempo que lo está siempre. Falta de hierro dice el facultativo. Falta de voluntad, dice ella.

 Va a decidir pero la mano que sostiene sus pastillas aún está acaramelada y pegajosa. Un chuche puede cambiar su decisión... Siente el poder de lo efímero.

Tirará con fuerza, al fín, los comprimidos al retrete. La vieja cadena queda bamboleando mientras el agua se precipita histérica.

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