Opinión

Blues

La gente te preguntará. Siempre hace preguntas. Para eso se ha inventado la Filosofía para aprender a contestarlas. También la Teología. La Teodicea o la Metafísica. Pero tú no sabrás las respuestas. ¿Alguien las sabe?

Lo que preguntan no parece difícil: ¿De dónde vienes? ¿Por qué viniste? Es lo mismo que preguntamos a los viajeros de la patera o de los bajos del camión de transportes. Ellos proceden del hambre y del miedo. La respuesta estremece. 

¿A dónde vas? Somos tontos de remate y no sabemos nuestra dirección y nos perdemos por las callejas de la vida. A veces creemos encontrar nuestra calle pero no. La calle se muere de repente.

Y caminamos así de atontados y llenos de vino nuevo. Alcoholizados porque nos hemos bebido todos los vasos de cristal, todos los vasos de porcelana, todos los vasos de barro, todos los sueños. Barro…eso somos al fin  y nos damos contra las paredes y rebotamos con nuestro corazón de goma y volvemos al lugar inicial y nos resbalamos y nos caemos de costado  como caímos ayer o lo haremos inmediatamente.

¿Por qué vienes? ¿A qué vienes? El niño no sabe y les mira con ojos de grillo que se abren minúsculos, preciosos… pero no sabe. Sólo llorará y pensarán que tiene hambre y le darán una teta con leche o un yogurt y lo apuntarán a clases de inglés con una profesora nativa para prepararlo para el futuro. Y el futuro no llegará nunca porque es futuro. Y seguirá llorando. Importa que no llore siempre.

Y cuando crezca llamará a la madre: ¡mamá! Pero la madre ya no estará porque se habrá ido un día de niebla a no sé dónde porque ella no lo ha dicho. Y se acostará, a la noche, cuando suenen las sirenas en la ciudad, allí mismo, tras la ventana, y las sábanas estarán frías y húmedas porque nadie les habrá secado las lágrimas.

La ciudad esa noche habrá abierto su juguete de neones y  sonarán como ametralladoras los últimos autobuses, las últimas pisadas sobre la acera y el asfalto. Y ya avanzada la noche en algún sitio, al final del bulevar, es posible que suene, va a sonar, una canción de cuna o  una canción de blues, un ragtime o un jazz de doce compases todos negros y espirituales. 

El despertador siervo cuadrado, mecánico o digital carraspeará a las ocho en punto, pero tampoco sabrá para qué, ni lo sabrán las zapatillas de marca que se calza, ni el cristal en el que se refleja para echarse la colonia y olerá al perfume de tres euros que comprará en el top manta. 

Somos actores, no más, pensará el niño ya grande, personajes de una Comedia del Arte. Pero el telón se cierra siempre inesperadamente y Stravinsky se ríe a carcajadas de nosotros.

Pasa un perro caniche y ladra atiplado y las vías se llenan de trenes porque todos se marchan. No  preguntes a dónde porque es secreto del sumario que guarda en una caja de plata un pez espada.

¿A quién preguntar para encontrar respuestas? Os iréis a la estación que es muy sabia y ella que sabe dónde viajan los convoyes responderá desde el andén segundo: “Depende de dónde ponga aquel hombre que viene y que va, su esperanza”.

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