Opinión

Las chanclas del escribidor

Las ideas tienen la piel muy fina y evitan venir a vernos en estos días en los que el calor nos abochorna. En cambio, en esos días en los que la mañana aparece toldada, se visten de traje gris marengo, vienen y se nos posan sobre el hombro izquierdo, el de llevar la “morrala” o sobre el antiguo lápiz de madera mordisqueada.

Las imagino, a las ideas digo, bellísimas y voluptuosas. Supongo también que van urdiendo cuanto escribo y lo van puliendo, bruñendo, corrigiendo, mejorando en lo posible, para que cuando lo de por finalizado sea un producto legible e imprimible. Vamos, que no avergüence al editor. Cuando yo era un jovencito también las imaginaba insinuantes y sensuales. En eso no ha pasado el tiempo ya que, aún hoy, cuando me hablan al oído con su epicúrea voz las presiento concupiscentes, curvilíneas y lascivas. A lo mejor ellas son virginales, puras y transparentes y yo, un escritor de pacotilla, carezco de esa virtud perdida de la pureza y no me entero. 

Las ideas se te convierten en palabras. Ahora que hay una inflación de la palabra, y que las palabras van a toda velocidad y se estrellan contra las pequeñas pantallas, ahora que son sustituidas por emoticones, por garabatos simplones, me da pena porque es como si ya se hubiesen muerto todos los idiomas y sus adjetivos calificativos o sus metáforas. Tengo miedo de que todas lenguas del mundo hayan sido muertas y aniquiladas. Poco a poco el hombre se ha puesto a hablar, de nuevo, como al principio de los tiempos, con monosílabos que no son lengua ni habla.

Entonces, cuando estaba vivo el lenguaje, leíamos cualquier cosa… supongamos a César Vallejo y nos quedábamos ojipláticos no ya ante aquel texto sino ante la hermosura de las palabras. Por ejemplo ante el vocablo “sauce”. Ese vegetal de lágrimas verdes y alongadas se nos quedaba para siempre en la imaginación. Tú ya sabes lo que es la imaginación. La capacidad humana de suponer. Así supones que el mar es azul o que los besos que jamás te dieron se quedaron para siempre en ese contenedor gris de tu alma. O supones que el amor como las ortigas no se puede tocar con los dedos pues te producirá urticarias. O que la vida es el juego prohibido en el que apuestas y siempre pierdes a las chapas. Yo qué sé, a lo mejor imaginar es construir, vaya bobada, con los suspiros un castillo al que es imposible entrar porque han subido, de repente, el puente levadizo. Un castillo siempre lo construirás, que te conste, en el aire con su barbacana y sus atalayas.
Un mundo sin palabras es una artesa a la que le han robado la masa. Que nos dejen al menos dos. Sólo dos palabras:
Diremos amor y supondrás lo quebradizo, lo vulnerable, lo frágil y lo endeble.

Diremos dolor y el hombre de barro que somos irá pegando con la cola del olvido cada trozo que se nos vaya rompiendo, antes de que sólo nos quede de aquello que nosotros fuimos…unas migajas. 
Tricotamos el lenguaje y engreídos sabios de la lengua nos atrevemos a circuncidar las palabras. Tejedores somos, urdidores de palabras. Escribidores. Aprendices de oribes. Chapaleando descalzos el diccionario… vamos en chanclas.

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