Opinión

El bosque robado

La madre aproxima su bebito a la ventana. Nieva. El niño abre sus ojos almendrados y pasmado observa, seguro que por primera vez, la blancura de la nieve. Ah, ah, dice el niño. La mamá le acerca tiernamente una poquita nieve robada del alféizar y el pequeño la estruja entre sus minúsculos dedos. En su cerebro ha nacido un pequeño árbol al que llamará nieve.

Cuando niño grande juega al escondite y así entrena en la búsqueda de su “yo”. Esa búsqueda la realiza con la técnica de la “gallina ciega”, al tun-tun. Aprenderá en la escuela cómo huir del gato. Al fin y al cabo su vida va a ser la vieja canción: ... que te pilla el gato, que te va a pillar. Ratón en el armario del tiempo. A ese árbol llamará futuro.

Cuando ya adolescente aquel niño de la ventana llora su primer desamor siente en su corazón un frío gélido. Así era la nieve que recuerda. Apretuja entre sus dedos el amor hecho añicos y le parece esponjoso. Entre sus dedos se diluye aquel sentimiento de la misma forma que se derrite la nieve. Ya no quedará nada, sólo un recuerdo, ahora húmedo, agua inerte. Y será otro árbol recién nacido al que llamará ternura evaporada.

Conocerá gente y cada persona será un árbol en su cerebro. Y se poblará su mente de árboles: el árbol de la amistad, el árbol de su casa, el de la fiesta del vino, el que nació con su primer trabajo, aquel que le dio tanta autoestima aunque abandonara la empresa. Y será otra planta nueva, puede que una cotiledonea, una plantago major, o un diente de león… Reconocerá, como una nueva Eva, aquella que se tapa con la hoja de parra, que no todos los árboles son buenos y descubrirá a renglón seguido que existen las úrticas, las plantas malas, la gente que le va a producir espanto. Y a ese árbol le llamará miedo.

Ahora anciano, percibe que la familia le está mirando raro. Padre… le dicen a aquel que había sido el niño de la nieve, ¿estás bien? Y el hombre que era niño mira su bastón de madera de haya y no dice nada. Sus hijos intercambian miradas estúpidas. A padre… le pasa algo.

Le han regalado un bastón para el cumpleaños y ha protestado ¡que no soy un viejo! Ha dicho. Pero sus piernas le tiemblan, sus manos le tiemblan, sus pensamientos también trepidan, vibran, tiritan y se estremecen. Falta de dopamina… piensa el viejo que aún puede pensar.

Hay cien tipos de demencia dicen sus hijos. El hombre ha pasado un invierno más. Está nevando. El viejo toma nieve del alfeizar y la nota fría. Ah, ah, dice el viejo y ve que es blanca pero no lo sabe. Ve que es fría pero no lo sabe. Ve que ya no está su madre pero no lo sabe. Sólo se asombra, se admira y se queda pasmado, boquiabierto, atónito mientras la nieve cae como entonces pero él no lo sabe… ya no sabe nada.

El neurólogo le hace muchas preguntas pero él no contesta. Al fin balbucea algo imperceptible. La enfermera le acaricia la mano…aún le quedan las caricias al hombre decrépito. Entonces cuando ya nadie espera nada, grita: ¡han robado todos mis árboles!… y ya es sólo eso,… un hombre sin historia o una cáscara o un niño asomado, de nuevo, a su ventana.

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