Opinión

El hombre que no decía ni mu

Era don Doroteo  un clerigo serio, cabal y humilde. Su único defecto, suponiendo que lo fuera, era el hablar sólo consigo mismo. La verdad es que los niños lo hacen habitualmente y se hablan a sí mismos cuando tienen éxito o si algo les parece difícil. Era hombre parco en palabras pero hasta unos niveles preocupantes. Sus compañeros intentaban de mil maneras oír sus opiniones pero era harto imposible. Siempre callaba. 

Acordaron por común acuerdo buscar una estrategia para hacerle hablar. Todas fracasaron y don Doroteo seguía en el silencio más absoluto. Al fin llegó el momento propicio. Celebraron aquella comida de Navidad de fin de trimestre. Bolitas de colores y espumillón y mesas repletas de turrones, mazapanes y felices deseos. Las viandas no faltaron y siendo una mesa clerical estaba rellenita de exquisiteces. Todo “boccato di cardinale”. La conversación, ya preparada por todos, devino en la contemplación de la fugacidad de la vida… y entonces, la pregunta del millón: Doro ¿de qué murió tu padre? Y cuando todos esperaban una larga contestación y disertación con pormenores… Don Doroteo contestó única y exclusivamente:” ¡De repente! ” Y siguió comiendo. 

Al ser hombre que hablaba tan poco, aunque publicaba mucho y bien, se ha ido guardando en el recuerdo lo poco que dijo. En una ocasión y con motivo de la llegada del nuevo obispo a aquella Diócesis, se hicieron las tradicionales y litúrgicas celebraciones. El obispillo nuevo estaba muy nervioso y con las prisas se puso la mitra al revés. Don Doroteo  se acercó a su eminencia despacio, cortésmente y vocalizó en alta voz:”Usted, señor obispo… ¿va o viene?” 

Hay gente que “habla por los codos”. Esa expresión supone que hablar de esa manera está mereciendo un corte de mangas. Otros “hablan sin ton ni son”. Hablar así significa  que se ha perdido el tono y los sonidos son pura verborrea. Sonidos que se van estrellando sobre nuestros oídos con la misma inseguridad que los murciélagos lo hacen contra las farolas en las noches de verano de tu ciudad. Tú también sientes el placer de “hablar por hablar”, y es que a veces es una gozada el lanzar una perorata  sobre la cabeza de los contertulios habituales en la barra del bar.

Son pocas las personas que miden sus palabras. Medirlas equivale a hablar con mesura. Podemos opinar tranquilamente de fútbol y corregir al entrenador que no se ha percatado, tipo imbécil, de la zona del campo en la que debería colocar a este o al otro jugador. De política también sabemos todos.  O hablamos de educación y corregimos los planes de estudio y si hace falta al profesor de matemáticas que se empeña en enseñar derivadas cuando eso es un tema que no sirve, al final, para nada. 

Imagino  lo que pasan ahora las gentes de sanidad en su consulta. Cada paciente ha entrado en Google y ha hecho su carrera de medicina en 18 segundos. Llegan a la visita del doctor y le explican detenidamente no los síntomas de su enfermedad sino lo que han de recetarles y las perspectivas de…y hablan, hablan, hablan sin parar.

Si te cruzas con algún conocido sonríe afectuoso. Pero ni se te ocurra hacerle la pregunta, por pura cortesía: ¿qué tal marchas? Porque entonces… va y te lo cuenta.

Por eso soy amigo de Don Doroteo porque siempre guarda esos silencios que yo aprovecho para escribir estos relatos… y voy y se los cuento. Buenos días.

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