Opinión

El papel mojado

El amanecer, gigante de un solo ojo, se destapa torpemente. Parece que se le han pegado las sábanas. Se levanta, ya digo, despacio. Habrá dormido mal, piensan los niños que hoy se van al colegio. Ese polvo de cristal, el rocío, moja las hojas verdes, como ya es su costumbre, en las que se columpian los insectos esta mañana de otoño recién nacido. El pensamiento, ahora tan temprano, me lleva hasta el mundo de los más pequeños y hasta aquel otro de los mayores.

Me pregunto por la lección de hoy. En los más pequeños habrá producido un grave descontento su primer día. Avisados estaban que era bonita la escuela. Pero volverán a casa, al atardecer, reclamando todos los mimos que les hurtaron. Allí les prohibieron abrazar y besar. Unas flechas les indicaron por dónde caminar. Volverán con sus manos pegajosas, gelatinosas de tanto spray. Quién podrá justificarles que el profe no les quiere separar. Me pregunto cómo explicarles que las sonrisas sí están, pero no se ven. El recreo no era, como soñaron, un lago azul, sino una pecera de silencio y metacrilato.

Me preocupa hoy, también, ese periplo horrible de los más mayores. Generalmente se adaptan con dificultad al mundo de los hospitales. Incluso al de las residencias. Sus referentes han desaparecido. Aquel techo de la habitación no es el habitual. No lo son aquellas gentes que les rodean y que desconocen. Seguro que les rodean con afecto y por supuesto con profesionalidad, pero hemos de aceptar que eso influye en la pérdida progresiva de su memoria. Lo que rodea habitualmente a una persona: su familia, los árboles del parque, las fincas, las pequeñas industrias, los comercios, las gentes de su pueblo e incluso la acera rota que lleva al abrevadero, el perro del vecino o el agua lenta que va comiéndose el camino del cementerio…

Todo ha cambiado. La soledad entra. Unos seres extraños se acercan para verles y examinarles, No tienen ojos sino escafandras, boca sino máscaras. Todos visten de verde y se mueven alrededor como fantasmas. Y la viejecita, pongamos que sea tu madre o la mía, o la de aquel, o la que vendía castañas en la plaza, les mira asustadita. Cómo ensamblar en lo que conoce este mundo lleno de espectros afónicos. Y, claro, poco a poco van perdiendo su mirada porque no quieren ver aquello, su oído porque no les llegan las palabras de los seres queridos y su mente, anoréxica, se adelgaza poco a poco, pues no es fácil convivir con las quimeras. Sienten el miedo y perciben que se les queda traidor bajo la escápula.

Ayer paseando el malecón he visto un papel impreso flotar sobre el agua. Ha venido navegando desde quién sabe dónde y se ha quedado varado en la maleza. Creo que se puede leer, desde lejos, en esa empapada hoja, esta post data: “Aquel 2020 era sólo una larga noche en la que se fueron por el río abajo las esperanzas”.

Ahora se queda solo el malecón y una niebla se levanta desde aquel papel del río. Diríase que es un hada borracha de dolor que llora. Y sus lágrimas vuelven a evaporarse y caerán más tarde. Y diremos que está lloviendo al amanecer. A lo mejor son recuerdos de otros tiempos mejores. A lo mejor es melancolía de niños y de mayores. Pura nostalgia.

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