Opinión

Esperando a Godot

Samuel Beckett escribió una obra de teatro con ese título. Tuve la oportunidad de llevarla al escenario en 1973. Entonces usaba aquellos vaqueros acampanados y  compartía con aquellos mis compañeros de teatro experimental el sueño de cambiar el mundo. Parecía posible porque los Beatles ponían la música de fondo y los grises el método de adelgazamiento corriendo la Castellana. 

Didi y Gogo con su aspecto de míseros vagabundos, esperan durante toda la obra la llegada de Godot

Fascinan cosas tan simples y curiosas como el hecho de que para poder pensar han de calarse su sombrero bombín.

Es una obra de Teatro del Absurdo y es muy posible que me haya venido al recuerdo, como le habrá pasado a usted, viendo día tras día este absurdo mundo en el que vivimos: la lucha encarnizada por el poder, la ruptura con la Naturaleza, la confusión del amor con un título de propiedad. El afán de venganza, la torpeza de  confundir el tener con el “ser”…

Pozzo, a quien yo encarnaba con un escueto traje de chaleco, que hoy no me valdría, representa al poderoso, al dueño de esta tierra. Pese al absurdo, aquellos dos actos de la tragicomedia se hacían inteligibles. En la puesta en escena Pozzo lleva atado por una larga cuerda a quien parece su criado, Lucky (el feliz). Ese personaje es extraño. Está atado con una cuerda y se cree feliz. Podría plantear qué cuerdas nos atan hoy y  qué felicidad de plexiglás nos conceden.

Hay dos reflejos del subconsciente: un camino y un árbol. Ellos esperan en el camino al lado del árbol. Esperamos cada uno junto a nuestro propio árbol solitario ya sea un Guernica, un baobab o el olmo blanquecino. Recostados estamos a su sombra y nos parece escuchar cómo tintinean armoniosas sus hojas acompasando el camino de Godot que, juraría, ya viene zapateando el polvo del camino. Estamos todos pasmados y esperándole.  

Claro que en la vieja obra de teatro aparece inesperadamente otro personaje que tendremos por menor pero no lo es: un niño que viene a traer un recado. ¿De qué avisa? ¿Cuál es la noticia?: Godot no vendrá hoy. Tal vez venga mañana.

Oh, mañana… Ese “tal vez” no es otra cosa que la esperanza. Contiene una gran porción de seguridad y otra de inseguridad, de certidumbre con un resquicio de duda, otro poco de creencia, un casi nada de ilusión, de promesa que se cumplirá o no, de optimismo, y en el fondo de desconfianza. Es anhelo y también deseo, apetencia, o anorexia, expectativa, y tedio. Es en fin…un sueño que casi comienza a soñarse. 

 Aunque nunca se desvela quién es ese Godot al que esperan, los estudiosos literarios han creído siempre que el mensaje es la expectación de Dios (God).

Y si… ¿no viniese? 

Se apagarían, de pronto, todas las luces, se detendrían los renos, se suspendería la fiesta, devolverías los regalos, lloraría Melchor y la nieve no caería, como la esperamos, mansa y pura como el suspiro de una adolescente, sino que se quedaría suspendida en el cielo, tal vez congelada para siempre como una quimera.

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